Análisis a Fondo
Ómicron aprieta, pero no ahorca
Nuestra salud depende de nosotros
Por Francisco Gómez Maza
Tenemos que reconocerlo: Año Nuevo no siempre significa felicidad a toda costa, sin preocupaciones, sin dolor, sin sufrimiento.
La felicidad es aceptar la vida con sus lados positivos y sus asegunes, palabra utilizada en México, cuyo significado es dificultades, riesgos.
Nos han dicho, particularmente aquellos que, al ritmo de la pandemia, se han “especializado” en cuestiones sanitarias (?), que continuará muriendo mucha gente, ahora por la variante bautizada como ómicron.
Lo grave, y diría muy grave, es que muchas personas viven apanicadas, sufriendo la incertidumbre, sólo esperando que se cumpla el designio de los escandalosos.
Y no es cierto lo que propalan tales “expertos” en los medios, especialmente digitales. Toda suerte de “informaciones” absolutamente falsas, llenas de odio hacia la humanidad.
Ciertamente, vamos a morir algún día, por un padecimiento grave o un accidente, o por múltiples causas, pero no necesariamente de un ataque de ómicron.
Lo han repetido hasta el cansancio los científicos: el ómicron aprieta, pero no ahorca. La desgracia de ser contagiado por esta nueva versión viral depende de nosotros. Exclusivamente del cuidado que pongamos en nuestra salud. En la observancia de los protocolos, de las medidas de protección, conocidas ya por todos, ahí estará nuestra coraza para defendernos de la pandemia.
La desgracia, pues, no depende del virus, de ómicron, o de delta. (Como tampoco depende de un carreterazo, por ejemplo) No. Nuestro futuro saludable sólo depende de nosotros, del estado consciente en que vivamos y enfrentemos las adversidades.
Pero desgraciadamente la realidad es dramática, no por el virus, sino por nuestra falta de respuesta. (La mayoría de los seres humanos lamentablemente reaccionamos. No respondemos, cuando quienes reaccionan son los seres vivos irracionales. Nosotros, como seres racionales, debemos responder).
A pesar del desarrollo casi milagroso de vacunas efectivas contra el COVID-19 en 2020, el virus siguió propagándose y mutando a lo largo de este último año, ciertamente. Nos lo advirtieron los científicos médicos desde un principio.
De ello deberíamos de haber estado conscientes.
Sin embargo, las cosas sanitarias no han sido miel sobre hojuelas. La falta de una colaboración mundial eficaz fue la causa principal de la prolongación de la pandemia, como lo ha advertido el mismo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la OMS.
En 2021 se puso en marcha un programa respaldado por las Naciones Unidas para ayudar a los países en desarrollo a proteger a sus poblaciones contra el virus, y se adoptaron medidas de preparación para futuras crisis sanitarias mundiales.
Desafortunadamente, en noviembre apareció como por arte de magia ómicron, variante del coronavirus que se convirtió en motivo de preocupación mundial, ya que parecía contagiarse mucho más rápidamente que la cepa dominante, delta.
Las constantes advertencias de la ONU de que las nuevas mutaciones eran inevitables y el fracaso de la comunidad internacional para garantizar la vacunación de todos los países, y no sólo la de los ciudadanos de las naciones ricas, habían sido claramente desoídas. Esta situación fue totalmente producto del egoísmo.
A mediados de diciembre pasado, Tedros advirtió que ómicron se estaba propagando a un ritmo que no habíamos visto en ninguna de las variantes anteriores. “Seguramente, ya nos hemos dado cuenta de que subestimamos este virus a nuestra cuenta y riesgo”, sentenció el director de la OMS.
Pero sólo nos dimos cuenta de la propaganda perversa de esos “expertos sanitarios” que gozan con la pena ajena. Y no nos dimos a la tarea de protegernos.
La verdad es que nuestra salud depende de nosotros como lo hemos advertido. Los que se han contagiado de coronavirus se han contagiado porque no cumplieron los protocolos de protección y la inmensa mayoría no se vacunó. Dirá alguno: Fulano estaba vacunado. Se contagió y murió. Es cierto. Pero la inmensa mayoría de vacunados siguen vivitos y coleando.
Pero si es muy grave la realidad que están viviendo los adultos, más grave y preocupante es la que están padeciendo los niños en el mundo: En cuanto a la salud mental, el último año ha sido demoledor en todo el mundo, pero el pago ha sido particularmente alto para los niños y los jóvenes. Los niños viven ahora una “nueva normalidad demoledora y distorsionada”, acusaron expertos de la UNICEF y el COVID-19 está haciendo retroceder prácticamente todos los indicadores de progreso relativos a la infancia.
Las tasas de pobreza infantil han aumentado en torno a un 15% en los países en vías de desarrollo y se prevé que otros 140 millones de niños de estos países vivan por debajo del umbral de la pobreza.
En cuanto a la educación, los efectos han sido catastróficos. Un total de 168 millones de escolares en todo el mundo perdió casi un año de clases desde el comienzo de la pandemia, y más de uno de cada tres no pudo acceder a la enseñanza a distancia.
Los cuatro niños de una familia pobre van a cumplir ya tres años de no ir a la escuela y menos de tomar clases a distancia porque no pueden disponer de computadoras y menos de internet.
Crédito de la imagen: ONU México | Alexis Aubin