Análisis a Fondo
Pero hay que detener el mal fario de los tabasqueños
La historia dramática de cada año en los humedales
Por Francisco Gómez Maza
A veces, este escribidor asume, con pesimismo, que el problema de las destructoras inundaciones que, año con año, padecen los tabasqueños, es insoluble. Que lo que tendrían que hacer los gobiernos es trasladarlos de la planicie a las tierras altas chiapanecas.
La idea parece descabellada, pero tiene que haber un gobierno federal que detenga, por fin, el caudal bestial del río Grijalva que, cada año, destruye cientos de hogares y amenaza con destruir la capital del estado, Villahermosa.
Las cuatro grandes presas en la madre del río, a su paso por territorio chiapaneco –La Angostura, Chicoasén, Malpaso y Peñitas-, fueron construidas precisamente para proteger a Tabasco de la acción aparentemente irrefrenable de las aguas del Grijalva, pero son insuficientes. Pareciera que nada ni nadie puede contra la fuerza de la naturaleza. Es más, cuando las presas son desfogadas aumenta la peligrosidad del agua sobre las planicies tabasqueñas, y arrastra casas, toda clase de vehículos, reses, animales domésticos, ocasionando ingentes pérdidas.
Algo les falló a los gobiernos de la revolución. Las presas sirvieron para mover las turbinas de las casas de máquinas y generar hidroelectricidad. Pero la tirada de los gobiernos de la derecha era entregar todo a los empresarios particulares, privatizar la generación de energía eléctrica. Y callaron las impresionantes turbinas de las hidroeléctricas. Las casas de máquinas fueron cerradas. Aquellos complejos tecnológicos, que parecían del futuro, callaron.
A nadie, ni a De la Madrid, ni a Carlos Salinas – menos a éste -, ni a Ernesto Zedillo, ni a los de la docena trágica (Vicente Fox y Felipe Calderón, ambos de la extrema derecha), ni mucho menos a Enrique Peña (con la ideología criminal) les preocupó la desgracia de los tabasqueños. Prometieron resolver el problema, pero se enfrascaron en la misma corrupción del sistema político.
El 1 de este noviembre, por la depresión tropical “Eta” y el frente frío número 11, las cuatro grandes presas estuvieron a punto de estallar. Tuvieron que ser desfogadas. El agua, con toda su fiereza, llegó hasta las planicies tabasqueñas y afectó severamente diversos municipios de Chiapas y Tabasco, como cada año. Dañó viviendas e infraestructuras públicas como escuelas, y causó incluso pérdidas humanas.
De nada sirvieron las impresionantes cortinas de las presas. Es más, su desfogue contribuyó a hacer más penosa la inundación en aquella zona del oriente mexicano.
El sistema de grandes presas, aparte de estar vedado para generar electricidad, es ahora totalmente insuficiente para evitar las inundaciones de las tierras bajas. El sistema fue construido para tal fin. Para evitar la inundación. Pero el agua tiene memoria y siempre corre hacia abajo, a pesar de que el hombre le ponga atajaderos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador cree que, dragando el lecho de los ríos, especialmente la madre del Grijalva, puede resolverse el problema. Este escribidor no es creyente. Con todo, no hay peor lucha que la que no se hace.
De acuerdo con el plan del mandatario, ahora la extracción de agua de las presas será permanente; con el nuevo plan de trabajo propuesto por él, se prevé un caudal ecológico y de protección civil, un dragado permanente de todos los afluentes en ambos estados. Para ello habrá que comprar dragas último modelo.
Se turbinarán de manera constante las aguas, lo cual será de bienestar ecológico y civil, por lo cual las hidroeléctricas, que eran operadas en las cuatro grandes presas, trabajarán de manera distinta, cuidando que no se llenen los embalses en los meses de lluvia y no se tenga la necesidad de turbinar más allá de lo que se necesita para generar energía, sin inundar la planicie tabasqueña.
Como dijera el clásico, veremos y diremos. Aún quedan cuatro años, cuatro temporadas de ciclones y de frentes fríos, para comprobar si el plan de López Obrador sirve como él lo asegura.