Ciudad de México, México.– La jefa del Servicio Sismológico Nacional del Instituto de Geofísica de la UNAM, Xyoli Pérez Campos, dio a conocer que la disminución de la movilidad debido al periodo de confinamiento causado por la pandemia de COVID-19 impactó significativamente los registros, toda vez que en la Ciudad de México el ruido sísmico se redujo en promedio 12.4 por ciento, del 4 al 10 de mayo.En contraste, abundó, cuando la gente empezó a salir de sus casas ante el regreso gradual a la normalidad, hasta el 21 de septiembre, la baja de esos niveles es de cinco por ciento.
El suelo nunca está quieto y una de las fuentes de vibraciones, llamadas ruido sísmico, es la actividad humana: tránsito vehicular, fábricas y hasta el caminar de las personas, expresó.
Lo anterior también se ha visto en otras ciudades del país y del mundo, porque las estaciones sismológicas captan tales variaciones, comentó en el ciclo de mesas redondas en línea “Reflexiones desde la UNAM”, con el tema El planeta.
Xyoli Pérez puso como ejemplo la estación de Zacatecas en donde se registraron, desde el 13 de junio, 60 sismos. “Gracias a la reducción de actividad humana tenemos un mejor registro, algo más nítido que nos permite ver sismos de magnitud uno, dato sorprendente para nuestros catálogos. Eso no es habitual”, concluyó.
En su oportunidad, el físico Javier Cruz Mena, de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, quien fungió como moderador, comentó: “del lado de la biósfera hay que preguntarse si son reversibles las alteraciones a los ciclos de los ecosistemas, que ya habían empezado antes de la pandemia”.
Desde la ecología, la pandemia era previsible. “La especie humana opera en un modelo económico lineal que extrae bienes y servicios del ecosistema; lo hace para producir y consumir en gran escala, con mucha prisa, sin ocuparse demasiado de lo que ocurre antes de la extracción ni después del uso del producto consumido”.
Nuestra especie, subrayó, aceptó un criterio de desarrollo que exige alteraciones globales en el uso de suelo para la producción industrial, población en crecimiento explosivo, transporte y vivienda, entre otros factores.
Como consecuencia, se causó pérdida del hábitat para muchas especies de la biosfera y eso, a su vez, alteró las interacciones usuales entre especies, con el consecuente aumentado en el riesgo de enfermedades zoonóticas. “Por eso llegamos a la pandemia”, sostuvo.
Para Francisco Estrada Porrúa, del Programa de Investigación en Cambio Climático, ya se sabía que una pandemia iba a ocurrir, “pero no sabíamos cuál ni cuándo”; incluso, se hicieron estimaciones económicas para determinar su impacto. No obstante, se subestimaron y ahora se habla de que perdimos alrededor de 20 años en cuanto a los objetivos del desarrollo sostenible.
En este contexto, se refirió al cambio climático fenómeno que producirá mayores problemas en los campos de salud, agricultura o economía, incluso de manera simultánea.
Sus impactos se resentirán en la seguridad alimentaria, el incremento de la pobreza, el uso del cambio de suelo y su relación con enfermedades zoonóticas. Pero aún no sabemos qué va a pasar con los eventos extremos, como la frecuencia e intensidad de los huracanes, expuso.
Carlos Amador Bedolla, director de la Facultad de Química, recalcó que el efecto creciente e intenso de los humanos en el planeta se certifica en los últimos 100 o 200 años -situación que nos ha llevado a una nueva era llamada Antropoceno-, asociado al incremento extraordinario de la población.
Se trata, dijo, de diez aspectos, entre ellos: cambio climático, acidificación de los océanos, ciclos del nitrógeno y del fósforo, disponibilidad de agua dulce y pérdida de la biodiversidad. “Algunos de esos límites ya se han excedido, y estamos en una situación complicada”, estimó.
En especial, destacó el amoniaco que se produce a partir del nitrógeno presente en la atmósfera, necesario para garantizar la producción de fertilizantes y producción de alimentos. “Este proceso químico ha crecido en cantidades impresionantes”.
Un caso alarmante más, añadió, es el uso de agua dulce, porque la utilización del acuífero sobrepasa su disponibilidad.