Las elecciones del domingo 7 de junio dejaron una gran lección. Que la democracia no es el mejor camino de las sociedades y los pueblos. Nunca se ha visto que las mayorías decidan lo mejor para que todos seamos felices. Es más, siempre toman el camino contrario. Siempre o se equivocan, o son manipuladas, o son compradas, o son corrompidas.
Contra lo que digan los demócratas. Los defensores de los procesos electorales. Los defensores de la partidocracia. Y ahora de las candidaturas independientes.
Chiapas, por ejemplo, quedó totalmente pintado de verde, pero de un verde con olor y sabor a corrupción e impunidad, como bien lo dice mi amigo, el poeta Óscar Palacios Vázquez.
El PRI, el partido del presidente Enrique Peña Nieto, salió perdiendo a manos de su mismo satélite-patiño-palero, el de los verdes. Y difícilmente, en aquel estado, asiento de los más congruentes revolucionarios, pero también de los más desvergonzados pillos, el PRI recuperará su poder, salvo que decida solicitarle al INE la cancelación del registro de los verdes. Causales hay infinidad. Los juniors de los González Torres, del Niño Verde, son una banda de politiquillos facinerosos que violan la ley cada vez que dan un paso. Igual lo hace el gobernador Velasco. Ha seguido “repartiendo ayuda” en tiempos de veda electoral.
Fíjese si funciona, si sirve, si es justa y equitativa, la democracia: En Chiapas, las mayorías votaron por los verdes. Votaron por un trueque. La pobreza y la miseria, el hambre y la enfermedad fueron los grandes aliados de esa pandilla de politicastros facinerosos. Entonces, la democracia no es el mejor camino para lograr la equidad, la justicia, la paz en la tierra de Belisario Domínguez.
Nuevo León, al norte del país, se ufana del triunfo de candidatos independientes por sobre la hegemonía, otrora invencible, de la partidocracia. Nuevo León se convirtió en la tumba del poder omnímodo de los partidos políticos. La diabólica trilogía del PAN-PRI-PRD (en el ámbito nacional) quedó hecha trizas en la tierra del glorioso académico de la lengua, don Alfonso Junco. Ni PRI ni PAN, sino El Bronco.
Ahora en Nuevo León pareciera que es el poder ciudadano el que parte el cabrito. Y la gente está contenta porque se respetó el voto de la mayoría. Pero me temo que no fue la mejor decisión, la más justa elección la de El Bronco, quien se presenta, después de la elección, como un personaje absolutista, que pugna por el poder absoluto por encima de todos y a favor de un exclusivo grupo de plutócratas.
Dos claros ejemplos de que la democracia se usa para manipular a los pueblos, para someterlos, para beneficiar a las clases dominantes. Es el mayor engaño convertido en verdad, a fortiori. La simulación de quienes detentan el poder de organizar elecciones tramposas y aunque no fueran tramposas. Muchos van a votar, y votan por el PRI o por el verde, o por el PRD o por el PAN a cambio de espejitos, tortas y refrescos, o una despensa de pobres alimentos, y si les va bien, de un televisor de esos de pantalla plana, que no debe de costar arriba de mil pesos.
Y muchos se van con la finta; como los toros, con el engaño. El problemón es que a muchos que votaron a cambio de una torta les esperan tres años de vacas flacas y ni siquiera se darán cuenta de que los que eligieron saldrán groseramente enriquecidos. Pareciera ahora que la democracia ha suplantado a la religión como opio del pueblo.
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