Ciudad de México, México.– En 2016, el 68 por ciento de las mujeres mexicanas de 15 años o más experimentó actitudes violentas en una relación de pareja (según datos del Inegi), fenómeno que en opinión de Noemí Díaz Marroquín, académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM, representa un problema social y de salud pública en el país.
Además, en este asunto están involucrados componentes culturales y psicológicos que permiten al hombre tomar el control de la relación para ejercer presión sobre la mujer y hacer lo que él considera correcto.
En la relación de pareja pronto aparecen indicios de situaciones violentas que pueden ser poco perceptibles en un inicio y confundirse con amor, señaló Díaz Marroquín, también jefa del Centro de Servicios Psicológicos “Dr. Guillermo Dávila” de la FP.
En el fondo del deseo de control hay miedo al abandono, aunque la manera de manejarlo es mediante el control y la opresión. “Lo que a veces empieza en las parejas jóvenes como una violencia juguetona, un empujoncito, una nalgadita, un jaloncito –en diminutivo, porque así se connota–, son ejercicios de violencia y poder de uno sobre otro que se incrementarán”, explicó la especialista.
La violencia en las parejas aparece en todos los niveles sociales, y no siempre se detecta con facilidad; sólo se ve la violencia abierta, que a veces se entrelaza con la idea cultural de que el amor lo cambia todo, pero no es así; con el tiempo la situación va en aumento.
Según la investigadora, pueden identificarse características de la persona violenta: tiene definiciones rígidas de feminidad y masculinidad (considera que el hombre debe comportarse de una manera y la mujer de otra), antagónicas y excluyentes, en donde los roles de ellos son de mayor privilegio y poder, y el de ellas de sumisión y obediencia.
Por otra parte, tienen poco control de sus impulsos, responden en forma violenta ante las frustraciones cotidianas y esta agresión se descarga con las personas más vulnerables de su entorno, como la pareja e hijos.
En general, los individuos violentos vienen de contextos en donde se ha legitimado el uso de la fuerza para resolver los conflictos; lo han aprendido de su entorno social y familiar. “Esto no significa que todas las personas que fueron criadas en estos ambientes vayan a reproducir dichas conductas”, aclaró.
La violencia en la pareja, reiteró Díaz Marroquín, representa un problema social y, por otra parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo declaró de salud pública. Aunque se presenta en todos los países y niveles socioeconómicos, su forma de manifestarse está mediada por la cultura.
Frente a esta problemática, la especialista consideró que socialmente se han emprendido diversas acciones a lo largo de los años. “La pugna por evidenciar la violencia viene desde la lucha feminista en los años 70 del siglo pasado”.
Las campañas para visibilizarla son útiles, porque así quienes están inmersos en esas relaciones comprenden lo que sucede. Por otra parte, los programas de habilidades de crianza y para la solución no violenta de conflictos, así como los talleres para padres y jóvenes, son acciones preventivas que han demostrado ser eficaces, pues la violencia –se considera– no es genética, sino aprendida.
De igual manera, hay campañas de prevención secundaria (primeras etapas en que aparece la violencia), centradas en fortalecer las habilidades de los padres y de los jóvenes, sobre todo en sus primeras relaciones de pareja.
Asimismo, se ofrecen programas de apoyo para mujeres, madres jóvenes y adolescentes. “Es importante la ayuda, porque se entra en una relación destructiva, muchas veces sin clara conciencia de ello, y puede ser difícil superarla”.
Según la OMS, refirió la universitaria, una vez que la mujer se percata de que vive una relación violenta tarda en promedio siete años en salir de ella. Estos promedios son estadísticos, no dan cuenta de casos individuales.
Las creencias culturales y normas sociales llevan a pensar que las relaciones deben ser jerárquicas, siempre debe haber un jefe. Pero, ¿por qué no puede haber más de uno para diferentes situaciones?, ¿por qué no resolver las diferencias en forma democrática, consensuada, respetando la otredad? Esto es fundamental para las buenas relaciones en sociedad y en familia, concluyó.