Análisis a Fondo
¿De verdad cree en las elecciones democráticas?
El gobierno por el pueblo es diferente de lo electoral
Por Francisco Gómez Maza
La parafernalia electoral ha vuelto a poner al descubierto nuestras carencias como sociedad de clases.
Candidatos que no responden a la necesidad y urgencia de cambios políticos, económicos y sociales, para que los habitantes del país tengan una mejor calidad de vida, que es el verdadero objetivo de las acciones de cualquier gobierno.
Los ciudadanos que crean en la “democracia”, o los orientados por la ignorancia, o por la pobreza y el hambre, van a ir a las urnas, el primer domingo de julio, para “elegir”, entre muchos funcionarios, desconocidos para la mayoría de votantes (diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales, congresos locales), al presidente de la república, de entre candidatos, también desconocidos para la mayoría, de los que este escribidor no espera mucho para cambiar las relaciones de producción de este traicionado país, botín de corruptos, que andan como Pedro por su casa, sin que nadie haga nada por castigar sus “raterías” (en México, así se les dice popularmente a los robos que los políticos cometen en contra del Erario.)
Y estoy recordando a mi querido amigo, el profesor y maestro Clemente Valdés Sánchez: El primer punto de referencia, para acotar lo que puede ser un concepto coherente de democracia, es distinguir claramente que el gobierno por el pueblo es algo bien diferente de los procesos electorales en los que se elige a unos cuantos individuos, que hacen la Constitución y las leyes; las modifican cuando y como quieren; hacen lo que quieren en el gobierno; no tienen obligación de rendir cuentas de su actuación a los ciudadanos y estos no tienen forma de participar ni en la aprobación de las reglas ni en las decisiones del gobierno. Verbi Gratia: La Ley de Seguridad Interior.
Se trata de los muchos sistemas políticos en que la participación de los hombres y las mujeres adultos en las cuestiones públicas se reduce al derecho de votar para elegir, entre los distintos grupos que manejan la política del país y de las regiones, a aquellos que van a someterlos y explotarlos, sin que la mayoría de los ciudadanos pueda exigirles nada ni pueda destituirlos. Y el hecho de que esas oligarquías hayan sido electas por los habitantes adultos de una comunidad no hace de ellas gobiernos democráticos.
En cada elección se confirma que la democracia sólo es una palabra para simular justicia y paz. La justicia es exigir de cada uno según su capacidad y dar a cada quien según su necesidad. Y la paz ciertamente no es la paz de los sepulcros, como la que se tiene en México, y menos de las fosas clandestinas, en donde yacen miles de restos de desaparecidos, en un Estado cuyo gobierno no tiene ni idea de lo que es gobernar, o sea ser siervo, como lo asegura el Generalísimo, José María Morelos y Pavón.
Este axioma – el de la justicia y la equidad -, verdad tan evidente que no necesita demostración, nunca ha sido puesto en práctica en esta sociedad en la que los plutócratas, grandes empresarios y políticos, inclusive de medio pelo, hacen de las suyas y se enriquecen impunemente, ante un pueblo ignorante, hambriento, que sólo ve sus bacanales de poder a través de los cristales de la opulencia. Me estoy acordando de Salvador Díaz Mirón: ¡Sabedlo, soberanos y vasallos, próceres y mendigos: nadie tiene derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto.
O sea. No sigan mintiéndonos, fatuos filósofos del tapanco.
En base a estas reflexiones, dando un repaso a los que “aspiran” a la presidencia de la república (a realmente servirse del pueblo y no a servir al pueblo), todos garantizan el ejercicio del poder de una oligarquía implacable (ahora protegida con la cuestionable Ley de Seguridad Interior), de derecha o de izquierda, que lo único que va a cambiar será el estatus de sus cuentas bancarias, de sus bienes raíces, de sus muebles e inmuebles, mientras, como vergonzantes Epulones, dejarán al pueblo solamente las migajas que caen de la mesa de su banquete sexenal:
José Antonio Meade Kuribreña, con esa experiencia de “mil usos” en que lo convirtieron Felípe Calderón y Enrique Peña, es candidato de la oligarquía, de la clase dominante, de los blanquitos, impuesto por Peña al PRI, porque no tenía a otro que garantizara el cuidado de sus intereses.
Pero seamos claros: Por el estado que guarda la economía nacional, sufriente de enanismo, mediocridad y, más aún, de gravísimas injusticias e inequidades, me temo que el joven de la cara de niño bien, de hijo de papi, no tiene nociones de ciencia económica. Una economía exitosa es la que crea pleno empleo con salario remunerador, la que da poder de compra a los trabajadores para que el capital (del factor capital) se reactive con la demanda, en el mercado interno. El comercio exterior es una ventaja comparativa adicional, muy importante, para darle mayor crecimiento al aparato productivo.
Ricardo Anaya Cortés sólo garantiza también más de lo mismo. Es la otra cara del PRI depauperizador de las clases medias, altas y bajas. Este panista no conoce la pobreza y menos a los pobres (igual que Meade). Si llegara a obtener la mayoría de sufragios, sería la tercera versión azul de los gobiernos antidemocráticos salidos del partido de los adinerados, que se valen de los pobres para afianzar su estatus y sus intereses plutocráticos.
Y el candidato que lleva, hasta hoy, la mano, Andrés Manuel López Obrador, peca de fundamentalista de tendencias dictatoriales. En su partido, Morena, sólo sus chicharrones truenan, lo que explica que se haya aliado con la derecha confesional del PES, igual que el PRD, a punto de desaparecer del mapa, se alió, de manera vergonzante, sin poder, como patiño, con la derecha albiceleste. No me convence el tabasqueño de que va a hacer la diferencia con lo que él denomina “la mafia en el poder”.
Conténteme con la presencia, en la fiesta o mejor dicho, la pachanga, de Marichui, María de Jesús Patricio Martínez, elegida por el Consejo Indígena de Gobierno para buscar la Presidencia de la República tan sólo para hacer presente, en este contexto exclusivista, racista, a los indios de México, en un proyecto para aprovechar la campaña como candidata independiente, e intentar articular a las comunidades indígenas del país.
Pero no olvido lo que me enseñaron en la escuela: Si la democracia es la participación de la población en el gobierno, una comunidad tiene un gobierno en alguna medida democrático cuando, en la aprobación de las leyes fundamentales y en las decisiones administrativas más importantes, participa, de manera efectiva, en algún grado, la mayoría de los adultos que viven en la comunidad. Y esto nunca ha ocurrido, ni ocurrirá en México, en este modelo del agandalle.
Es conveniente dejar algo muy claro: el gobierno de una comunidad, por un individuo o por un pequeño grupo, no es una forma de gobierno democrática, aunque esos individuos hayan sido escogidos por la mayoría de los habitantes que tienen la edad suficiente para atribuirles buen juicio. Sostener lo contrario y decir que eso es una democracia es caer en el absurdo total, en el cual un monarca absoluto electo es una democracia y una oligarquía electa sería una democracia. El engaño, con el que unos cuantos hombres y mujeres, en los tiempos modernos, se han adueñado del poder político en muchos, reside en que han logrado hacerles creer a sus pueblos que la democracia son las votaciones para elegir a una persona o a un grupo de individuos, para que éstos gobiernen y hagan lo que quieran.