Nunca, en mi medio siglo de reportero, había visto un país tan corrupto como el que estoy viendo en estos años de PAN y PRI. La corrupción es la filosofía de vida de la clase política en general. Ha contaminado hasta las fibras más íntimas de la vida institucional: negocios sucios, complicidades con la delincuencia organizada, compra de conciencias, compra indiscriminada de votos electorales, dinero contante y sonante para repartirlo entre los votantes dudosos, nepotismo, conflicto de intereses, peces gordos imposibles de controlar como lo reconoce el mismo contralor general, y un sinfín de manera, de abusos y costumbres que hacen de la corrupción el modus vivendi de cualquier político que se aprecie de serlo. Salvo raras avis.
México así encabeza los primeros lugares de los países más corruptos del mundo. Ya lo era con las viejas administraciones priístas, pero rebasó sus propias posibilidades de corrupción. Actualmente, la política, participar en una administración de gobierno, no es una oportunidad de servir a la ciudadanía, sino una gran oportunidad de hacerse rico, mediante jugosos negocios sucios organizados desde el poder. Política se ha convertido en sinónimo de negocios turbios, de una manera muy fácil y sencilla de enriquecerse y enviar los recursos malhabidos a un paraíso fiscal de esos que abundan en el Caribe.
La corrupción vista desde el exterior: Luis Foncerrada se reunió recientemente con analistas financieros internacionales de grandes fondos de inversión de Europa, de Asia y de Estados Unidos, reuniones que sostiene frecuentemente desde hace 35 años. La conversación fue, por supuesto, alrededor de la economía de México. Sin embargo, de manera abrupta surgió el tema de la corrupción, entre otros comentarios, tímida y respetuosamente, la pregunta de si México era más corrupto que Brasil. Uno de ellos mismos se atrevió a comentar: “Me parece que sí. En Brasil hay un poder judicial independiente y la impunidad ya parece tener límites”.
La conversación que giraba sobre la situación fiscal, balanza de pagos y reservas internacionales se acabó. Fue sustituida por preguntas sobre corrupción, impunidad y el vínculo con la delincuencia y el crimen organizado. Sobre qué podría hacer la sociedad, dado que el gobierno y parte del Legislativo se oponían incluso a pasar las leyes anticorrupción. Una analista comentó, con asombro, que parecía inconcebible que cuando el país estaba sumido en escándalos de corrupción había incluso una posición, por parte de las autoridades, de obstaculizar y retrasar el tránsito de las leyes en el Congreso a través de sus legisladores y que, entendían, buscarían además hacerlas light. ¿Qué van a hacer? Terminó preguntando.
Otro comentó que parecía difícil siquiera tener una vida normal de negocios y de ventas cuando no había reglas claras y todo dependía de la negociación de pagos extraoficiales. Volvimos finalmente al tema económico. Por primera vez, que recuerde en 35 años, estas conversaciones pasaron de finanzas a corrupción. Es hora de terminar con el eufemismo del “mal humor”. La indignación y hartazgo de toda la sociedad rebasa claramente nuestras fronteras. La corrupción es uno de los grandes desórdenes en la sociedad, y la impunidad la magnifica y le permite continuar. Si algo une hoy a los mexicanos es esta preocupación y la pregunta de cómo actuar ante el gobierno, ante las autoridades. La sociedad se siente y se sabe secuestrada por sus gobernantes y la impunidad con que se protegen. Esta corrupción y la inseguridad son los males que más destruyen a la sociedad y obstruyen el crecimiento.
Los resultados recientes de la encuesta de Inegi sobre este tema no agregaron nada a lo que ya sabíamos. Desgraciadamente, la corrupción es el tema que distingue hoy a México en el mundo. Las reformas, que dieron una imagen de responsabilidad hacia el futuro, quedaron como noticias efímeras, han sido opacadas. Hay una sustitución de noticias. No hay reformas que avancen cuando la corrupción distorsiona la lógica del progreso por eso se ha convertido en una preocupación internacional. No es un tema de mal humor, es el hecho de que el gobierno en sus diversos niveles e instancias ha permitido todo tipo de corrupción. Las anécdotas y las pruebas inundan la vida económica del país. Todos los tipos de corrupción imaginables están presentes. El comprar votos en el Legislativo, el comprar votos electorales, la asignación de proyectos y de contratos a cambio de un pago, la venta de prebendas y de favores, la asignación de amigos o parientes en puestos públicos para lograr cómplices, ausencia de calidad de gestión. Esto es, el uso y abuso del poder público para beneficio privado. Calidad y eficiencia han cedido su lugar al porcentaje exigido para otorgar el contrato.
Preocupante. Evidente desde el exterior. La lucha contra la corrupción no es la bandera de un partido ni de un candidato, que sí buscan aprovecharla. La lucha contra la corrupción es nuestra, es la bandera legítima de la sociedad, lo que une a empresarios, trabajadores, estudiantes, familias y a la gran mayoría de los funcionarios que sí son honestos. Es la sociedad organizada la que iza esta bandera. Los organismos y los ciudadanos. Las leyes ayudarán, pero el papel de la sociedad organizada es la que lo logrará. Es nuestra bandera. El mundo, la comunidad internacional, está observando. Es lo que dice quien es Director del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado.