Ciudad de México, México.– Ante los resultados escasos obtenidos en los últimos años para reducir los niveles de desigualdad y marginación en México, es necesario concebir a la pobreza de manera diferente, toda vez que vivimos una nueva realidad social, aseguró el investigador del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED) de la UNAM, Mario Luis Fuentes Alcalá.
Durante su participación en el panel 4 “Hacia una nueva concepción y medición de la pobreza”, en ocasión del 16º Diálogo Nacional por un México Social. Derroteros del Desarrollo, que se llevó a cabo en la Facultad de Economía, el también coordinador del Seminario de Altos Estudios del Desarrollo apuntó:
El concepto de pobreza transfiere una idea del mundo y de lo que pensamos cómo debe ser en una renovada realidad. Hay que construir una concepción de lo que es vivir en la carencia, agregando otras dimensiones, si se quiere, pero cuestionándose siempre ¿a qué se le llama pobreza, quiénes son los pobres, cómo se habla de ellos y qué es lo que no tienen?
A partir de esta estructura socio-histórica se debe plantear qué no tienen las personas que las hace experimentar privaciones y no privilegios, sin olvidar que el concepto empobrecimiento acompaña la evolución del capitalismo y la conformación del mercado, agregó.
En la tercera década del siglo XXI, dijo, requerimos una forma distinta de entender la situación que viven quienes, aparte de no contar con capacidades y padecer procesos de enfermedad y muerte, mantienen una noción compleja y diferente porque hubo un cambio de época.
Hoy, ser víctima de todas las violencias y carecer de acceso a la justicia y la verdad, se constituyen en elementos que limitan las competencias del ser humano ante la necesidad de sentirse seguro, por lo que hay que adicionar a la discusión el sentido de garantizar la protección.
Fuentes Alcalá expresó que se debe aceptar e intuir que existe la percepción de que la gente se siente pobre, no por falta de ingresos o capacidades, sino por la sensación de inseguridad, en los ámbitos de la criminalidad, seguridad social y civil.
La pregunta no es cuánta pobreza y desigualdad puede soportar la democracia, es al revés, cuánta democracia se requiere para un nuevo curso de progreso que garantice capacidades, seguridad, reconocimiento y dignidad, lo que implica promover una nueva ley de desarrollo social, subrayó.
Se precisa realizar una reingeniería en la estrategia para combatir la pobreza y la desigualdad, poniendo en el centro un andamiaje de protección y seguridad social para que las personas pierdan el miedo a enfermarse o morirse antes de tiempo, enfatizó.
En su oportunidad, la directora de la División de Estudios Sociales de la Universidad Iberoamericana, Graciela Teruel Belismelis, se pronunció a favor de mantener el actual modelo para medir la pobreza, pues más que pensar en nuevas metodologías se deben concentrar los esfuerzos en analizar y estudiar por qué las políticas públicas implementadas en los últimos años no han servido para reducir los niveles de desigualdad y marginación.
Afirmó que en las últimas tres décadas las cifras de pobreza prácticamente no se han movido, aun con la aplicación de distintos modelos de desarrollo y estrategias.
Se debe llevar a cabo investigación y generación de conocimiento de los determinantes que la componen, elaborar propuestas para conocer su impacto, antes de hacer cambios a gran escala, sugirió.
Mantener la actual metodología, prosiguió, permite realizar comparativos con los mismos parámetros de cálculo e identificar en dónde está fallando la implementación de políticas públicas, a fin de realizar las adecuaciones. Hoy tenemos dos líneas de pobreza: la relacionada con las áreas urbanas y la de áreas rurales.
En tanto, el también investigador del PUED, Héctor Nájera, propuso revisar una nueva metodología para el estudio de la pobreza basada en un modelo denominado de privación relativa. Es todo aquello que dejas de realizar por falta de recursos: vacacionar una vez al año, es un indicador; en otros casos, reunirse con amigos.
Destacó que este modelo ha sido aplicado aproximadamente en 50 países con éxito. En el caso de México los resultados fueron más nítidos y con menos errores que la medición oficial.