Al filo del suicidio

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Análisis a Fondo

Miles de niños, niñas y adolescentes, entre la depresión y la ansiedad

Llegaron a EU como Dios les dio a entender, sólo para ser encerrados

Por Francisco Gómez Maza

Da rabia ver a miles de niños migrantes que viajan sin compañía de adultos hacia Estados Unidos, en busca de sus padres, y al llegar a cualquier puesto de control son detenidos por la Patrulla Fronteriza y virtualmente encarcelados en jaulas que, más bien, parecen mazmorras, en donde son víctimas de la ansiedad y la depresión que los ponen al filo del suicidio.

Cuentan reporteros de la Prensa Asociada que una niña hondureña de 13 años, que pasó dos meses en el albergue de emergencia para niños migrantes más grande del gobierno estadounidense, les narró que fue puesta bajo vigilancia para prevención de suicidio y que sólo comía paletas y tomaba jugo, porque la comida olía muy mal.

En otro sitio, una salvadoreña de 17 años dijo que tuvo que usar la misma ropa, incluida prendas interiores, durante dos semanas, y que pasó la mayoría de los días en cama.

En una tercera instalación en Texas, un hondureño de 16 años dijo que no se había reunido con un coordinador de caso en más de tres semanas para ver si podía irse a vivir con su hermana en Nueva Orleans.

La desesperación hace presas de miles de niños y adolescentes de ambos sexos porque, entrando en las jaulas de los albergues, se les acaba la imaginación de sus padres y la incertidumbre los hace presas. Pasan los días sin saber qué pasará con ellos, con su vida, con su destino. Viven, muchos, al filo del suicidio. Nadie sabe qué les depara un futuro que tarda en despejase.

Su máxima ilusión es poder escapar de tales albergues, pues en estos han perdido hasta la libertad de pensar, de imaginar, y lo que les llega a la mente son puras ideas e imágenes negativas. Están solos. Desamparados. Íngrimos. El único deseo imperioso es salir de los albergues. Es fugarse, pero los guardianes pareciera que son watchdogs que no duermen pendientes de los movimientos de cada uno de los juveniles presos.

Ésta es la política migratoria de un presidente que se dice demócrata, que se dice católico y admirador del Papa Francisco, que ya se tardó el levantar su voz en pro de los niños migrantes sin compañía, que se aventuran a llegar a territorio estadounidense, desde sus países, El Salvador, Honduras, Guatemala y México, sin saber que su destino son esos grandes albergues de la incertidumbre, en donde tienen conciencia de que fueron encarcelados, pero que no saben nada de su futuro ni siquiera inmediato.

Los defensores de migrantes que se aventuran a salir en defensa de estos niños se ven atados de manos y sólo denuncian que el gobierno de Biden está demorando demasiado en entregar a los menores a familiares en Estados Unidos.

Muchos menores describen esperas de semanas o de más de un mes en las instalaciones de detención, con poco qué hacer, educación mínima y sin saber cuándo podrán irse. La desesperanza total que produce depresión y ansiedad.

Algunos defensores de niños migrantes han cuestionado por qué el gobierno mantiene a tantos menores en esos refugios sin licencia, en lugar de colocarlos en instalaciones con licencia, o con tutores temporales. Después de tantos meses, “sigue siendo un completo misterio para nosotros”, dijo a la AP Leecia Welch, directora de defensa legal y bienestar infantil en el Centro Nacional para el Derecho Juvenil y una de las abogadas de los menores en el caso federal. “Y no es por no hacer la pregunta. Simplemente no recibimos una respuesta”.

Esta narración es sólo parte de una historia negra, de terror, de incertidumbre que están viviendo miles de niños y niñas, y adolescentes en los albergues que las autoridades migratorias mantienen, aún con vida, a miles de pequeños y adolescentes, niños y niñas.