Mejor serénense

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Análisis a Fondo

Porfirio y Mario, par de niños malcriados y en manos de Lore

Trump, otro berrinchudo que pone en peligro la “democracia”

Por Francisco Gómez Maza

Este fin de semana estuvo plagado de niñerías entre los morenistas, concretadas en un pleito por el timón del partido entre el veterano Porfirio Muñoz Ledo y el ya no tan jovenzuelo, Mario Delgado.

Ambos personajes, que hicieron mancuerna en la Cámara de Diputados, el guanajuatense ex sanguinis como presidente de la mesa directiva, y el colimense, como líder de la mayoría, se dicen y autocalifican vencedores en la encuesta levantada por el INE para decidir quién será el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

Parecen dos chamaquitos jaloneándose por una paleta de agua, o por una chupeteada nieve de limón. Mientras el presidente, sorteando el vendaval de los miembros de la cristiana que, si pudieran, contando las cuentas del rosario, de avemaría en santa maría, se armaban para sacar de palacio al todo lo que huela a López Obrador.

Ambos contendientes, sin embargo, tendrán que apegarse a las reglas del juego, impuestas por su súper enemigo Lorenzo Córdova Vianello, presidente consejero del INE, a quien confiaron la encuesta para sacar a su próximo dirigente nacional, que deberá conducir al partido del presidente a las holgadas elecciones del primero de junio del año venidero.

Tienen aún 8 meses por delante para aumentar sus bonos entre el electorado. No la tienen difícil, por supuesto, pero con tales confrontaciones internas pueden perder fuerza para arrasar y acabar, de una vez por todas, con una oposición que anda como perritos perdidos en los viaductos construidos, precisamente por López Obrador, cuando fue jefe de gobierno de la ahora Ciudad de México.

Ambos contendientes y sus respectivas colas de simpatizantes le están poniendo en bandeja de plata a los frenéticos enemigos de López Obrador de un flanco muy débil como para que por ahí los ataquen y los acuchillen los sicarios de Calderón o de la intelectualidad anexa al capital que goza con corromperlos para que le sirvan de punta de lanza en contra de la 4T y por lo menos hacer mucho ruido en la Web para que los cristeros de FRENAAA no permitan más que sus tienditas de campaña vuelen con cualquier vientecillo mal oliente que sopla en la Plaza de la Constitución, popularmente conocida con el Zócalo capitalino.

Pero como decían los clásicos (por lo menos he detectado a dos), veremos y diremos. Aunque todo está muy claro. Aquí no han más que de una sopa. Alguien de los dos, entre Porfirio y Mario, tiene que ser realista y prudentes. Los dos están luchando por la misma causa y uno tiene que ceder, aunque en realidad la última palabra la tiene el hijito de aquel inolvidable Arnaldo Córdova, de feliz memoria, pero no de honroso hijuelo, que salió mano larga y cuyas compañías neoliberales no le hubiera gustado absolutamente nada al gran Arnaldo.

Yo les sugeriría a ambos contendientes, compañeros de viaje, luchadores por la “democracia”, que se serenaran porque lo último que debería de hacer es ser piedra de escándalo para los simpatizantes de la 4T          que, por el momento, superan a los que lloran su derrota y como animales heridos hierven de deseos de venganza, como las huestes cristeras y sinarquistas que, con el rosario en la mano, pasando las bolitas, le piden al creador que se lleve a su santa gloria al comunista de “López”.

A DESFONDO:

Gobernadores y líderes militares han analizado el uso potencial de soldados —en servicio activo o de la Guardia Nacional— en las urnas o en caso de disturbios postelectorales. Las posibilidades surgen en momentos en que el presidente Donald Trump afirma sin evidencia alguna que las votaciones por correo crearán las condiciones para un fraude electoral e insinúa que pudiera no aceptar una derrota, de acuerdo con un cable de la agencia Associated Press. Desplegar soldados en las casillas el día de la elección —incluso si es para proteger a los ciudadanos cuando votan— genera dudas sobre intimidación de los votantes. El control civil de las fuerzas armadas es un principio básico de la democracia en Estados Unidos. Eso significa que los hombres y mujeres en uniforme responden a los líderes civiles, como el secretario de Defensa, y se mantienen aparte de la política. Ellos juran lealtad a la Constitución y las leyes de la nación, no a un partido político ni a un presidente. El general Mark Milley, que como comandante del Estado Mayor Conjunto es el máximo líder militar de país, ha dicho al Congreso que las fuerzas armadas están comprometidas con permanecer apolíticas y lejos de cualquier papel en las elecciones. “En el caso de una disputa sobre aspectos electorales, de acuerdo con la ley, las cortes federales y el Congreso tienen la obligación de resolver cualquier disputa, no las fuerzas armadas”, dijo en respuestas escritas a preguntas de dos legisladores demócratas miembros de la Comisión de Servicios Armados de la Cámara de Representantes. “No preveo un papel para los soldados estadounidenses en ese proceso”. Milley dijo que los militares no deben involucrarse en la transferencia del poder tras las elecciones. En otras palabras, no hay que esperar ver una intervención de las tropas si hay una disputa sobre quién ganó.