¡Los millones sin trabajo!

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Análisis a Fondo

Ya había 2 millones; ahora se perdió la cuenta

Qué maromas tendrán que hacer para sobrevivir

Por Francisco Gómez Maza

Esta mañana dejé mi refugio para realizar un trámite en el Senado de la República, tarea que no podía posponer.

Antes de ir a tomar el metro, iba a cubrirme la boca y nariz con un KN95, pero no sé cómo lo aguantan los médicos; al colocarme el cubre boca sentí un intenso calor que me ahogaba. Volví al cubreboca normal, de esos que tienen un alambrito que se dobla sobre la nariz a fin de que no se empañen los lentes.

Me subí al Metro intentando guardar la llamada sana distancia. Pero era imposible. Muchas personas con el ceño fruncido y la mirada perdida. La mayoría con cubreboca; otros con cubreboca, pero con la nariz destapada; muy pocos sin ninguna protección. Que hay que reconocer, el cubreboca no es ninguna garantía de protección. De algo. Sólo de algo sirve, cuando no puede guardarse la sana distancia. Por lo menos para protegerse del interlocutor de ocasión, para parar en seco la rociada de saliva que sale de su boca y que se estrella en el cubreboca. Era ya un poco más de las once horas y, una vez concluida mi diligencia, muy importante para mí (si no, juro que no hubiera salido de mi guarida), comencé a revisar en la mente la temática para redactar mi nota de mañana.

Quedeme observando a todo el que abordaba y se bajaba del vagón donde viajaba; luego, a la gente que viajaba en el Metrobús. Me dio la impresión de que muchas personas iban sin rumbo, en busca de algo o de alguien; con la mirada fija. Ya caminando con rumbo a mi hogar, me topé con un joven chaparro, delgado, moreno.

-Patrón. Tendría usté algún trabajo; por ejemplo, de albañil, o de lo que sea. Vine de Chiapas y perdí mi trabajo en una construcción.  Ya llevo varios meses sin chamba. Mi mujer vende algunos bordados que ella hace, pero no hay muchas mujeres que se interesen, ahora con la peste, en los bordados.

Chin, me dije. Y después de lamentar decirle que no tenía ningún empleo que darle, se me ocurrió abrir mi cartera y darle el billete de cien pesos que traía en ella. Al muchacho se le abrieron los ojos por el pinchurriento billete de cien pesos. Pero caso había más en mi cartera, como dicen mis paisanos. Caso hay…

Me quedé con la preocupación por la suerte de esa familia que venía de Chiapas, de un poblado indígena llamado San Juan Chamula, en los meros Altos, muy cerca de San Cristóbal de Las Casas. Allá no tenía oportunidades y tuve que viajar a la Ciudad de México, me explicó Cuxcul, que así se llama el hombre que me pidió trabajo.

Y me puse a cavilar.

Cómo la estarán pasando los millones de desempleados que debe de haber, hoy, en México.

Ya de por sí, las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía indicaban dos millones de desocupados, antes de que apareciera en este país el SARS-Cov-2, por allá por los finales de febrero (si mal no recuerdo, más o menos el 29 de febrero loco) y en tres meses se perdieron poquito más de un millón de puestos de trabajo, dicen que por el Covid-19. Yo más bien creo que por la crisis económica que ya venía carcomiendo con fuerza las débiles fortalezas de la economía mexicana, igual que toda la economía global en todos los continentes. Alemania, por ejemplo, había entrado ya en una recesión y Estados Unidos no cantaba mal las rancheras.

Otro reporte, atribuido a una Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo, del INEGI, reveló que, durante el abril, 12 millones de personas dejaron de trabajar o de buscar empleo por efectos de la pandemia. Sin embargo, Julio Santaella, presidente del Instituto, precisó que esta cifra se debió a un estado de suspensión laboral temporal ocasionado por la cuarentena.

Pero de verdad. Qué va a pasar con esta sociedad desasociada por la pandemia. Muchos, bregando por conseguir un empleo de lo que sea.