Análisis a Fondo
Me cansé de la comentocracia estulta, nauseabunda
Me fui al monte donde las palabras son verdadero amor
Por Francisco Gómez Maza
Cansa, hastía, da ganas de vomitar este ambiente de mercado público, de cantina, de arena de boxeo, de burdel barato, de comentadores que son expertos en todo y oficiales de nada, de egoísmo, de puro consumismo, de calles del centro de Ciudad de México que expiden hediondez de caca. Donde se solazan los miembros de una comentocracia estulta, asquerosa, nauseabunda que se constituye en acusadora, juez, jurado y verdugo de los demás. O condena sin juicio. Ella es más que el Santo Oficio o la Santa Inquisición.
Pues ya estaba harto, hastiado de ese mundillo pestilente de pelafustanes que lo saben todo, defensores de malandrines y facinerosos, cobradores de millonarias igualas – te pago para que me chupes las pelotas – y digas y escribas laudatorios textos de mi sacrosanta persona.
Pues por salud mental me subí en un avión de bajo costo (tuve que depositar las maletas en una línea de autobuses) y me fui, dos semanas de vacaciones, al monte donde, como dice mi pequeña Tania, las palabras son llanas, simples, sencillas, honestas, amables, felices. Y encontré lo que buscaba en mi gran familia que ha conservado el monte; que vive y triunfa entre el monte y las pequeñas ciudades que lo rodean y que hacen del monte atractivos para un turismo muy especial integrado principalmente por gente pensante, poco consumidora.
Este tiempo de vacaciones, amigos, fue sensacional: playa, mar infinito, soledad marina, exquisitos manjares extraídos de las entrañas del Pacífico. Ni en la Riviera Francesa o en el Mediterráneo pudo haber mejores placeres para el cuerpo y para el espíritu. Luego la montaña con sus infinitas tonalidades de verde, las plantaciones de café y cacao, los sembradíos de maíz y de caña de azúcar, interminables, los cientos de miles de cabezas de ganado pastando en la pradera; las enormes represas de La Angostura, Chicoasén, Malpaso y Peñitas, que, por si usted no lo sabe, nos alumbran de noche y nos dan la energía eléctrica para estar cómodos en casa.
Y luego, el Ejido Plan de Ayala, fundado por mi hermano Wilfrido hace ya todo el tiempo y sus hijos y sus nietos y sus bisnietos. Y los amores en el ejido Plan de Ayala, enclavado en el municipio de Ostuacán, al norte del estado de Chiapas, lugar donde mi madre inauguró su oficio de luces y empezó a enseñar a dudar a los niños, por aquel axioma kantiano de “dudo, luego existo; dudo, luego soy”, como quiera traducirlo.
Las maravillosas cascadas que forma en río Tulijá en Palenque, la eterna ciudad de los dioses del viejo imperio maya, cuyos sabios, científicos-encabezados por Pakal-, inventaron el 0 e hicieron maravillas en la arquitectura, la astronomía, la alfarería, la joyería de piedras preciosísimas, la organización social y económica.
Pues toda esta guerra de papel, llena de lodo y materia fecal, ya me tenía hasta la coronilla. Y me vinieron de perlas estas dos semanas en las que no vi televisión, ni escuché radio, ni leí periódicos. Me dediqué a leer a la naturaleza, a los campiranos y campiranas, a abrazar y besar a mis hermanos, a mis sobrinos, a mis sobrinos nietos y biznietos. Lo único que extrañé de la gran ciudad fueron mis hijos y mi nieta.
Me bajé del mundo occidental y cristiano donde hay que ser lo que uno no es para poder relacionarse con los políticos, con los periodistas vendidos, con los padrinos de la delincuencia política, que huyeron como cucarachas fumigadas.
Por salud mental, los abandoné por unos días y retorné vivo, sin dolores, a seguir observando la realidad lacerante del odio. Hoy vuelvo a montar este cerrero y lo monto a pelo, sin rienda ni estribos, como dice mi querido amigo Toño Tenorio Adame. Lo monto a pelo y con su cabellera de rienda.