Análisis a Fondo
Entre la reacción y la respuesta
La conducta casi humana de Jami
Por Francisco Gómez Maza
Las más recientes partidas al polvo y las cenizas han sido muy reveladoras de la personalidad emocional de la humanidad.
Ante la muerte de dos personajes se mostró de qué están hechos y deshechos los seres humanos. De puros nervios, músculos, huesos e instintos, los muchos; de sueños, creatividad, belleza, espíritu, los pocos.
Los animales irracionales reaccionan. (Se dice que sólo tienen instintos). Los animales racionales tendrían que responder. La responsabilidad es de humanos. La reacción es de animales irracionales.
Entre reacción y respuesta hay un abismo. La reacción es de nervios, músculos, huesos e instintos. La respuesta es de responsabilidad, de conciencia, y responsabilidad debían de tener los seres humanos.
Sin embargo, me he dado cuenta de que las inmensas mayorías de humanos de todas las calidades materiales, ricos, pobres, miserables, sólo reaccionan y viven sólo como seres vivos, como plantas, como animalitos, con minerales. Y hay animales cuyos instintos más bien parecen sentimientos y emociones, como Jami, el buldog que me acompaña en este camino hacia las habitaciones subterráneas.
José José, conocido como el ‘Príncipe de la Canción’, fue uno de los intérpretes de canciones populares más destacados de México. También hizo cine, teatro, telenovelas y fue bajista del grupo “Los Peg”, con el que tocó jazz y bossa nova…
Murió el cantante después de una dolorosa enfermedad. Y se le fue la vida tan rápido como sopla el viento. No sería exagerado afirmar que la partida de este representante de la farándula agobio los instintos de millones de fanáticos. Los medios de propaganda, particularmente los programas de entretenimiento de la televisión comercial, hicieron su agosto con la muerte del cantante y los pleitos de los hijos de las dos esposas que tuvo en su vida.
Hasta este momento tengo entendido que el cadáver de José José aún
no ha sido inhumado. Y los medios siguen aprovechando su partida para incendiar a los fanáticos, que como dije antes son millones. Es una verdadera locura de la gente. Se fue su ídolo. Y trascenderá únicamente como un cantador con sus luces y sombras.
Murió, por otra parte, el gran historiador, filósofo náhuatl, poeta, Miguel León Portilla, destacadísimo alumno del padre Ángel María Garibay K. (1892-1967), quizá el más destacado sacerdote católico, filólogo, nahuatlato e historiador mexicano, que se distinguió especialmente por sus trabajos relativos a las culturas prehispánicas que ha parido la tierra mexicana. Y díganme cuántos recuerda al padre Garibay. Cuántos recuerdan a Pedro Infante o Javier Solís.
Imposible que la muerte del maestro León Portilla pasara inadvertida por el reducido grupo de mexicanos que no se deja llevar sólo por los instintos. Pero qué decepcionante es que la sociedad, particularmente la mexicana, con la que nos tocó vivir nuestro tiempo, sólo reaccione casi irracionalmente. No se puede negar que el cantante, usado por la televisión y otros medios para lucrar, no sea valioso. Llegué a escucharlo y era dueño de una voz preciosa, aunque le dieran canciones realmente intrascendentes para que las cantara.
Es entendible que millones de personas se conmovieran con su muerte.
Pero el hecho de que las mayorías estuvieran ausentes del dolor por la muerte de Miguel León Portilla desencanta, entristece, por ver que a las mayorías sólo les importa lo sensible, lo emocionante, lo sentimental y andan muy lejos del pensamiento, del amor por la sabiduría profunda, del contacto con los grandes maestros de lo espiritual.
Es explicable, dirían los expertos, los sicólogos, los siquiatras, los sicólogos sociales. Y no hay que escandalizarse. Sin embargo, este escribidor no puede dejar de creer que esta personalidad colectiva casi irracional no sea producto de la manipulación de los medios, particularmente de la televisión, que cae en tierra pródiga para sembrar y cosechar riquezas materiales, dinero contante y sonante.
Ante estas actitudes colectivas es cuando uno se da cuenta de la superficialidad de la educación pública. La escuela crea monstruos. Es sólo proveedora de datos, muchos de ellos falsos, como lo comprobó León Portilla cuando antepuso a la historia oficial de la conquista la visión de los vencidos. Y los vencidos somos todos los mexicanos.
Y traslademos todo a la política.