Análisis a Fondo
Se despide un ícono de libertad
Joan Báez, la bella soñadora
Por Francisco Gómez Maza
Me habría gustado que Joan Báez hubiera elegido para su Grandiosa Despedida la Plaza de las Tres Culturas, dónde el desaparecido Tlatoani derramó ríos de sangre de jovencitos, mujeres embarazadas, viejitos como yo, aquella tarde noche del 2 de octubre de 1968. Pero, para los efectos de su ida al cobijo del anonimato, estuvo escogida Madrid. También en Madrid corre sangre libertaria.
Joan Báez se va agradecida con su vida, que ha sido una vida extraordinaria, como se lo declaró este fin de semana a la TV española. Y este escribidor está también muy agradecido con la vida porque la vida le permitió gozar de la voz de la neoyorquina más mexicana que una maravillosa guitarra de Paracho y que, a los jóvenes de aquellos años del parto de la libertad, que costó sangre, muerte, dolor y llanto, arrulló nuestros sueños de libertad.
Los jóvenes de hace seis décadas escuchamos y cantamos al tono de Joan Báez; nos rebelamos al son de esa aún sonora guitarra rasgada por las manos de esa neoyorquina que fue una maravillosa representante de las generaciones del cambio y de la paz, esa paz que fue impuesta a los amos del imperio, por los “débiles” y que hasta el momento no conocen y menos entienden.
Se despide, después de 60 años, en plenitud, una mujer que, además de interpretar durante décadas himnos legendarios de llamada a la no violencia, encabezó eventos históricos como la marcha sobre Washington de 1963 por los derechos civiles, junto al soñador de Martin Luther King, o el mítico festival de Woodstock en 1969, al lado de figuras como Janis Joplin, Carlos Santana o Jimmy Hendrix.
La neoyorquina es, desde aquellos años, la voz de la paz; generadora de la protesta con la guitarra y la poesía; un ícono de millones de jóvenes, hombres y mujeres, que no querían la guerra, la muerte, la represión, la cárcel. Jóvenes que soñaban con otros mundos y que se fueron perdiendo en la historia hasta caer en el abismo de la muerte en vida y que ahora están muy contentos con las mentiras de los poderosos como ocurre con la sociedad estadounidense ante el imperio del fascismo de Trump. Espero que el gran despertar de los mexicanos no lo echen a perder los oportunistas tribales que se incrustaron en el Movimiento de Regeneración Nacional
Pero mientras, Joan Báez, esa mujer que se convirtió en el arquetipo de los sueños de la juventud, junto con otros grandes íconos de la canción de protesta, se despide. Ella dice que porque la voz ya no le da. Pero descubro un dejo de decepción ante el conformismo general de la sociedad estadounidense que no sabe dónde está ni a dónde va y que pareciera que ya se acostumbró a vivir de las mentiras de una sociedad de consumo desperdicio que no deja lugar a la vida, ante un grupo de ku kux klanes modernos que cierra los espacios a la conciencia colectiva; solivianta al racismo y la exclusión y odia a los prietos y ante quienes se rinden gobiernos como el de México que presume de izquierda nacionalista.
Quizás la memoria colectiva encuentre, en el rostro y la guitarra de Joan Báez, la imagen precisa para señalar cómo la juventud y el arte se dieron cita en los años sesenta, para oponerse a la guerra que llevaba adelante Estados Unidos en Vietnam. Báez, nacida en 1941 en Nueva York, se convirtió en la voz de la canción de protesta, en la voz de la paz y a los 19 años comenzó su carrera musical, siempre munida de su guitarra y unas letras aguerridas y potentes al ritmo del folk. Sesenta años después, este domingo pasado se despidió de los escenarios con un recital en Madrid. “Jamás imaginé esto que nos está pasando”, declaró Báez: “A la gente no le importa si Trump tiene razón o no; si dice la verdad o no. Son felices con la mentira. Trump es un poco como Hitler, pero menos inteligente”, dijo. Sin embargo, la cantante no se retira por su azoro histórico, sino por una consciencia en el desgaste de las posibilidades de su voz. “Estoy muy agradecida por mi vida; es una vida extraordinaria”, dijo a la Televisión Española antes de la serie de recitales que culminaron el sábado en Barcelona y el domingo en el teatro Real de Madrid con un largo camino en los escenarios y en el compromiso público, como lo destacó la prensa española.