Análisis a Fondo
Bajo la amenaza de más calamidades neoliberales
Responsable: AMLO y no abre la boca para rectificar
Por Francisco Gómez Maza
Rutilio Escandón, el protegido de López Obrador por ser miembro del clan Tabasco Chiapas, en donde amenazan grandes calamidades neoliberales como el famoso Tren Maya y el Corredor Transísmico, tiene que cortarse el cordón umbilical que lo ata a sus mayores, el mismo presidente de la república y el desalmado y ligero, acumulador de bienes nacionales, el apodado la Quija, ciertamente en un principio de cariño de la gente porque es muy delgadito y sin color, transparente, como ese delicado, precioso, animalito que trajo su abuelo, el dueño de la hacienda Chiapas, para que se comieran a los zancudos, talajes y mosquitos que trasmitía esa enfermedad mortal llamada paludismo, que tiempo en tiempo limpiaba de pobres la geografía humana de la entidad en donde reinan, entre otros maravillosos especímenes como el águila arpía, el faisán, el hermosísimo Quetzal y el fiel y cariños, aunque de carácter rudo cuando se ve en peligro, el Jaguar, ese gatito que es mi delicia desde cuando fui niño.
Rutilio tiene que tomar decisiones severas, definitivas, y comprometerse de lleno, sin ambages, sin concupiscencias por el dinero fácil, sin esos irrefrenables deseos de todos los gobernantes que han desgobernado a Chiapas de violar a los chiapanecos en público, en las bancas de los pinchurrientos parquesitos pueblerinos, o en las obras de relumbrón construidas en la capital y en las tres y únicas principales ciudades del estado. Y cortarse el ombligo que lo ata, como fiel bulldog, a López Obrador, su creador, su modelador, y el otro que lo tiene amarrado a Manuel Velasco Coello, el junior que a base de meticherías y estar donde no lo llaman, se le metió al innombrable mercachifles de Peña y logró que lo nombraran el encargado de la Hacienda impresionantemente rica de Chiapas para crear más camadas de pobres que sólo formaran parte del peonaje. Su abuelo, junto con Luis
Echeverría, acabaron con las zonas selvática, sembraros puros acahuales y destruyeron el habitat del faisán y del venado, y las madrigueras de los osos hormigueros y los grandes felinos que eran como los guardianes de los pueblos originarios, los mayas muy venidos a menos por la invasión inglesa, estadounidense, del protestantismo que les enseñó lo beneficios de la corrupción, al mando de próceres que se sospechaba eran agentes de inteligencia de gobiernos interesados, sumamente interesados, en las riquezas del subsuelo chiapaneco, ahora entregadas sobre todo a desalmados inversionistas canadienses, a costa del equilibrio ecológico y la destrucción de todo lo bueno, bosques y selvas, grupos históricos de comunidades originarias, una fauna adorable jamás vista en otros lugares del este planeta que también está siendo convertido en un páramo por la avaricia de las trasnacionales y que, a pesar de las advertencias, como están planteando expertos en la conferencia que se está celebrando en Nairobi, va que vuela para convertir al planeta tierra en un astro muerto, frío, como los que los artefactos espaciales puestos en órbita en el espacio sideral o que han llegado por lo menos a la Luna y al planeta Marte lo ha corroborado.
Chiapas va que vuela para ser en muy pocos años una tierra sembrada por acahuales improductivos, que poco a poco irán convirtiendo a la tierra, embarazada de hidrocarburos y de otros ricos materiales minerales. Esa explotación no le ha importado ni al gobierno federal, promotor de un capitalismo salvaje, de casino, de palenque de gallos. Es más, los más recientes presidente la han propiciado entregando concesiones a inversionistas canadienses que están matando, asesinando a los primeros pobladores de las tierras del sur, la naturaleza, los bosques, las selvas siempre protegidas por los monos araña, por los animales de toda especie, hasta que apareció el chiapaneco que no pudo resistir a no destruir esa naturaleza maravillosa. Y luego vinieron los políticos, que todo lo depredan. Es aquí donde nos tememos que caiga derrotado el nuevo gobernador Rutilio Escandón, porque en arca abierta hasta el justo peca.
Ya es suficiente la depredación, el latrocinio, a que se han dedicado los gobernadores impuestos, mediante presuntas elecciones democráticas, en el palacio de gobierno que se levanta en el zocalito de Tuxtla, la capital de un estado que debería ser una potencia, no por tener petróleo, productos minerales, materias primas, productos extraños y comestibles, ganado que se engorda en Sonora o Chihuahua y que pasa la frontera hacia Estados Unidos cargando una marimbita en el lomo, ganado del que los carniceros gringos hacen los más deliciosos cortes, envidiados por los cocineros mexicanos.
Rutilio Escandón, aunque se retuerce de coraje porque los periodistas de verdad lo cuestionan diariamente como hijo putativo del tabasqueño, tiene que tomar conciencia de que el tiempo de la depredación y el latrocinio para enriquecerse fácilmente como lo han hecho otros, al amparo del PRI, ya pasó y ahora es el tiempo de la gente jodida, de los pobres, de los desheredados, de los enajenados que recorren las calles de las pequeñas ciudades chiapanecas y de los campesinos que sólo producen para el autoconsumo. De no hacerlo así, de no demostrar con hechos de que no es un político corrupto, no se lo va a demandar la patria, porque la patria es una palabra fantasiosa que sólo sirve para manipular a la gente. No. Chiapas seguirá aportando grandes riquezas a los mexicanos, pero tampoco a los mexicanos del pueblo, sino a los que se agandallan la política y el poder. Y los chiapanecos seguirán muriendo de enfermedades curables.