ÍNDICE POLÍTICO
Por FRANCISCO RODRÍGUEZ
La herencia del viejo al nuevo régimen puede resumirse en pocas palabras, desgraciadamente: una crisis desconocida en el sistema, pues administrativamente estamos saqueados, políticamente fracturados, económicamente derruidos, socialmente confundidos y culturalmente engañados.
No pudo evitarse porque, según la Constitución, desde el momento en que los ciudadanos confiamos los mandos del país, nos convertimos en presas de una devastación incalculable o de un milagro imposible. Los poderes inauditos que acumula la ley en manos de una sola persona no tienen comparación posible en otras latitudes.
Pero los que se fueron violaron todas las reglas conocidas. Serán recordados. Por su ignorancia y voracidad supina, pero también porque quebraron las empresas energéticas, entregaron la seguridad nacional, desbarataron la fuerza obrera, desmadejaron el sistema educativo, acabaron con toda esperanza fiscal y destruyeron el tejido social.
Hundieron el valor de cambio de la moneda, involucraron el sistema de partidos políticos en la corrupción y la molicie, sometieron al país a uno de los más grandes ridículos internacionales, rebajaron a México obligándolo a obedecer a un puñado de mentecatos insaciables que nos vaciaron, masacraron y avergonzaron, todo al mismo tiempo.
Alzaron el circo demencial de lo peor de las condiciones humanas que puede producir la decadencia del poder, el reino de la mentira y la estadística engañosa. El ejercicio de improvisados, ñoños y personajes chuscos de caricatura rupestre que nos han llevado a un torbellino de desgracias inauditas.
Una caterva de testaferros y gatos ofrecidos que bailaban al ritmo del patrón extranjero por unas cuantas monedas, sin asociarse en sus grandes negocios, sólo lacayos, obedientes y sumisos. Nunca tuvieron el apoyo popular, no conocieron el verdadero poder, ese que se tiene cuando se gobierna al lado de la gente.
Los monigotes de Los Pinos, apoyados por las armas, imponían la ley de la selva
La historia política de los salinistas-atracomulquistas, de sello panista o priísta es la misma: ponerse de carrera la banda presidencial –generalmente obtenida por un fraude electoral– para irla a ofrecer a los verdugos. En adelante hacer lo que se ofreciera, reformar las leyes a su antojo y dictado, someter al aparato al dedo de la intervención… y a coser y cantar.
En lo interno, adoptar los rituales vacuos de la gesticulación rampante: repetir sin conocerlo un credo revolucionario de mentiritas, imposturas infumables, fingir ser iniciados en el arte de gobernar sustituyendo la verdad por una serie de fantochadas , pompas y parafernalias sin límite, simuladores sin escrúpulos.
Los monigotes en Los Pinos escondían la pelota, fintaban con supuestos conocimientos atestiguados por una prensa infame, rodearse de catervas de favoritos y validos y a seguir la fiesta de regalos patrimoniales, concesiones , adjudicaciones de contratos leoninos para el pueblo y repartir prebendas a su antojo. Eso, decían, era saber gobernar.
Apoyados por las armas nacionales imponían la ley de la selva, reprimieron y masacraron adversarios para que no se supiera lo que había en el telón de fondo de este drama. Todo venía “de arriba” como una maldición divina, como designio de su Olimpo para los títeres de a pie, el pueblo indefenso y explotado.
Y sí, en el sistema presidencialista mexicano de papel cuché no se movía la hoja de un árbol sin que lo decidieran los ungidos. Esto era igual para lo que se decidiera en las covachas impúdicas de Los Pinos o desde los sillones de las gubernaturas, simples repetidoras del capricho y de la ocurrencia del día y la hora.
El panorama del país se ha transformado en unos cuantos días del nuevo régimen
Por todo eso, cuando llega un hombre fraguado en la experiencia del combate, les conoce todos los modos, les sabe sus brinquitos, desnuda en un santiamén la hipocresía y la ignorancia. Conoce a fondo los intríngulis de la complicidad con la delincuencia organizada, ha sufrido sus excesos, conoce sus alcances y motivos.
El que llega no se anda con rodeos. Habla con conciencia, descubre los nudos de la displicencia ante la prensa, los auditorios, las plazas públicas y la gente de carne y hueso, no la de los teleprompters de incautos. Tiene los pelos de la burra en la mano, y afortunadamente no es petaca de turco, tiene la caja de la seguridad y la confianza popular.
Por eso es confiable. Por eso inyecta la dosis de esperanza. No se necesita ser un genio para darse cuenta que el panorama del país se ha transformado en unos cuantos días del nuevo régimen. Se reconoce en todo el mundo, menos aquí, donde seguimos siendo conducidos por intereses…
… de comunicadores comprometidos, que no tienen más conciencia que el bolsillo. Manipulados por montañas de bots pagados a precio de oro con nuestros impuestos… y twitteros que hacen el caldo gordo, por dardos envenenados que a estas alturas todavía se empeñan en detener lo imposible, lo que ya arrancó, en buena hora para el país.
Lo acusan de no ser prosopopéyico para hablar, de no decir medias verdades
Cuando llega alguien que quiere gobernar para y con la gente, aparecen los obstáculos de las plañideras del viejo régimen, los viudos del sistemita de la faramalla: lo acusan de ser distinto a ellos, lo agreden por tener los pensamientos en su lugar, la cabeza amueblada.
Pero caen en el garlito de lo falso, porque utilizan los argumentos de los que ya se fueron. Lo acusan de no cuidarse con los guaruras del Estado Mayor, de no reservarse información, de no ser prosopopéyico para hablar, de no decir medias verdades, de no respetar las razones indignas del Estado ñoño.
Temerosos de su aplomo, le inventan milagritos asesinos que corresponden a otro estilo y a bajunos temperamentos. “Resuelve las cosas incendiándolas con gasolina”, dice el editorial del rotativo de la derecha. La verdad es que ha tocado la línea de flotación de la complicidad rampante entre falsosfruncionarios y huachicoleros, entre otras cosas que todavía prometen ser más reveladoras, más profundas y esclarecedoras de nuestro sistema de vida, desolado y despreciado por los gangsters del viejo régimen.
Callar y obedecer, la vieja consigna del despotismo presidencial, ya no funciona
Estamos aprendiendo a no tenerle miedo a la verdad. La que debemos temer es la mentira. Callar y obedecer, la vieja consigna del despotismo presidencial, ya no funciona. De aquí en adelante nada pasará sin que antes se informe y se compruebe.
Es la edad adulta de los pueblos. Es la regla madura de la democracia. Es la clave de la seguridad nacional en todos los terrenos de la patria.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Más sobre El huachicol también ha evidenciado al falso periodismo, publicado ayer aquí:En su columna Utopía del más reciente domingo, escribe el colega Eduardo Ibarra: “…Hace más de un semestre fue evidente que la comentocracia cerró filas con el candidato presidencial del Partido Revolucionario, así como también con el de Acción Nacional y que tardía e ineficazmente impulsaron un solo candidato para el PRIAN. Fracasaron, como sucede ahora con el perverso afán de estimular el primer gran tropiezo gubernamental de López Obrador, así sea a costa de afectar a los consumidores de combustibles y de prácticamente todo, pues sin los primeros el aparato productivo, comercial y de servicios no funciona. Enhorabuena que fracasan, no tanto por AMLO, su gobierno y coalición política, sino porque si la batalla contra el huachicol no termina con buenas cuentas para México, la todavía endémica corrupción pública y privada –la primera no puede existir sin la segunda–, incluida la de los medios, no tendrá remedio en los próximos 5.9 años. Tan es así que el Fondo Monetario Internacional lo comprende muy bien. ‘Claramente, ir en contra de un negocio ilegal como es el robo de combustible, es el objetivo adecuado y una señal clara para fortalecer el Estado de derecho’, sostuvo Alejandro Werner. Pero los acólitos del FMI son más papistas que el Papa. El desfase entre las audiencias y los medios es un severo problema que no es pertinente que lo ignoren los accionistas del oligopolio mediático, salvo que el presente y futuro de sus empresas en términos de rentabilidad y de utilidades no sea una prioridad para los empresarios. Lo anterior, por supuesto, sería contra natura.”
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