Análisis a Fondo
Informar y cuestionar, el trabajo del periodista
Y ser portavoz de aquellos que no tienen voz
Por Francisco Gómez Maza
Cuando este escribidor cuestiona alguna política pública que plantea López Obrador poner en práctica, cuando tome posesión de la presidencia, sus simpatizantes se enojan conmigo y sus enemigos se alegran de que al fin esté en contra del presidente electo. Ni una ni otra. Ni estoy a favor ni estoy en contra. Defiendo la posición, muy personal, aclaro, de que el trabajo del periodista es doble: informar de lo que pasó y cuestionar a la clase política y a los sindicatos empresariales cuando creo que están actuando injustamente con el pueblo y con lo que los segundos llaman consumidores, como si fuera gusanos.
Entiendo que esta concepción del periodismo, propia de mi formación académica, devenida de la filosofía, no complace a algunos o muchos colegas, que defienden que no se contraponen periodismo y activismo de cualquier tipo. Pero yo estoy convencido de ella. Así he pensado desde que me inicié en el estudio de la filosofía y reforcé esta posición filosófica en mis años de estudios del periodismo. A ti te toca informar de lo que ocurre, de lo que se dice desde los agentes, o núcleos de opinión, y cuestionar, por otro lado, lo injusto. Si los actores políticos se conducen con congruencia y actúan con justicia, no tienes por qué felicitarlos. Menos adularlos. Ya tienen en sus simpatizantes a sus aplaudidores o a sus aduladores.
Esa seguirá siendo mi posición, guste o no guste. La he defendido desde el 2 de febrero de 1996, cuando me inicié en el periodismo, y la he seguido durante este poco más de medio siglo de reportero y analista. Y no se ha librado nadie. Ningún presidente. Ningún alto funcionario que debe responder a los intereses del pueblo y no lo hace. Y no se han librado los plutócratas. Y gozo de la amistad de muchos a quienes cuestiono.
Y especialmente, pongo al servicio de los más pobres, de los trabajadores, de los indios, mi capacidad de entrevistar, de redactar un material periodístico, de dar voz a quienes no la tienen y el sistema, sea del signo que sea, se las quita. Así que no cambiaré mi manera de hacer periodismo ahora que se ha dado un cambio radical, de un viejo régimen corrupto e impune, a uno que promete un cambio, le dicen, verdadero. Seguiré, cuando haya que hacerlo, cuestionando a quien se ponga enfrente y eso no quiere decir que esté en contra y si no lo hago no quiere decir que esté a favor. No se engañen ni tirios ni troyanos y menos los aplaudidores y los que están en contra del gobernante.
Unos y otros tienen derecho de pensar, de hablar, de denunciar, como quieran, como les dicte su conciencia, su modo de pensar, sus propios intereses, siempre que no afecten los intereses del de enfrente. Ahí está la verdadera libertad, esa libertad que debería inculcar la educación pública.
No puedo dejar de manifestar, por ejemplo, que no estoy de acuerdo con la decisión de López Obrador de militarizar la actividad policial, a no ser que sea una imposición de las castas poderosas de las fuerzas armadas, acostumbradas a ser el poder detrás del trono en los gobiernos emanados del PRI. Y no estoy de acuerdo porque los militares tienen una formación brutalmente represora. Mi tío, general de división, de feliz memoria por haber sido mi familia, solamente, me decía: Hijo. Los soldados estamos entrenados para matar.
Y eso lo entendí en Chiapas durante la insurrección indígena estallada la madrugada del primero de enero de 1994. Los soldados mataban a discreción. Y uno veía los cadáveres en los riachuelos, pudriéndose. Por supuesto que también los guerrilleros mataban soldados. Pues le habían declarado la guerra al gobierno por la injusta situación en que sobrevivían, y siguen sobreviviendo, los pueblos indios de Chiapas.
Y sentí de cerca la muerte a manos militares, precisamente el 3 de enero, cuando iba con un grupo de colegas en una carretera entre San Cristóbal y Ocosingo, la puerta de lo que fue la selva lacandona, que prácticamente ya no existe. Al acercarnos al cuartel militar, ubicado a unos 12 kilómetros de San Cristóbal, en un lugar denominado Rancho Nuevo, a pesar de que nuestros vehículos iban tapizados con letreros que decían “Prensa”, fuimos recibidos con una lluvia de balas. Y no morimos quién sabe por qué bendición de que ser divino.
Así que usted responda si estaré a favor de que la seguridad pública la ponga López Obrador en manos militares. Además, eso ya lo hicieron Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto y no sólo no vencieron a las bandas de la delincuencia llamada organizada, sino que las cosas se agravaron con los resultados que ya muchos, las mayorías, conocen.
Y así seguiré actuando. Soy periodista. Soy analista crítico. No soy aplaudidor. Menos adulador.