Análisis a Fondo
La corrupción no se acaba; se encarece
Ruffo también prometió acabarla en BC
Por Francisco Gómez Maza
Acabar con la corrupción es un sueño imposible. Me consta. Me van a regañar, pero la mayoría trae ese ADN en la subconciencia. Se lo inyectan los papas desde que comienza a medio tener uso de razón. Si te portas bien, te doy un premio…. Si te portas mal, te acuso con tu papá… Te lo doy, pero no le digas a tu papá, o al revés volteado… Todo lo consigue, gracias a un soborno, a un moche, hasta la cuna en que ha de nacer o la tumba donde ha de ser enterrado, o el horno donde será quemado. Es el alma, el espíritu del Supermacho, del Agachado, aquellos sintéticos personajes que Eduardo del Río (Rius) nos regaló en aquellos fatídicos años de los 60-70. No es un asunto cultural, como dijera Peña. Pero la corrupción se hace cultura desde que los corruptos son sacados del vientre de su madre. Y si vamos a definir esa cultura, diré que es el sistema de abusos y costumbres, malas costumbres, a la que contribuye la mala educación o la ausencia de educación.
Así que no le creo mucho a Andrés Manuel cuando asegura que va a acabar con la corrupción. Exactamente lo mismo le escuché a aquel primer gobernador de oposición que reconoció la maquinaria de la corrupción como ganador. El primer gobernador del PAN, Ernesto Ruffo Appel, que para ganar, en 1989, prometió que acabaría con la corrupción. Pues, oh decepción.
Por aquellas fechas realicé un viaje de trabajo por la mayor parte de los Estados Unidos, durante dos meses. Mi última parada fue San Diego y como me desesperaba la asepsia del primer mundo, después de realizar mis actividades profesionales de reportero y conferenciante, por las noches cogía el auto que renté; tomaba la autopista rumbo a Tijuana.
Una de esas noches tijuanenses, estando en un aparcamiento, como le dicen los españoles al estacionamiento, me dieron unas ganas terribles de orinar y no había baños. Se me hizo fácil esconderme detrás de mi vehículo, pero no caí en la cuenta de que el guardia estaba vigilándome y me cachó infraganti. Quería llevarme a la delegación de policía por la infracción que había cometido al orinarme en público. (No había más que puros automóviles y el gendarme, en quien yo nunca reparé). Cómo, mi poli, vengo de San Diego a cenar con mis amigos de Tijuana, le dije. No sea malito. Bueno, me respondió el genízaro. Lo podemos arreglar. Deme 100 y lo dejo ir. ¿Pues no que se iba a acabar la corrupción con Ruffo? Le lancé. Uy, amigo, me dijo. La corrupción es parte de la vida. Lo único que pasó aquí en Baja California, después de que Ruffo tomó posesión es que la corrupción se encareció. Así que si no quiere ir detenido, cáigase con los 100. Y me acorraló. No pude hacer otra cosa. No tenía tiempo de ser detenido. Tenía que regresar a San Diego en un par de horas. Y le di los cien pesos. Cómo, me espetó el uniformado. Aquí se manejan dólares. Y tuve que entregarle un billete de cien dólares. No había de otra. Ah, chingaos. No imagine que circularan los dólares en este medio.
Ya pasaron tres décadas y la corrupción ha florecido exponencialmente en este México de las cavernas. (¿Verdad, amigo Quique?) Se ha multiplicado como los pitufos. Como los conejos que crecen y se multiplican, por mandato bíblico (¡Creced y multiplicaos!) en la granja que tengo en Berriozábal.
Pero ni dios padre ha podido con la corrupción. Si no. Recuerden a Judas Iscariote, el tesorero de la compañía de Jesús en aquellos aciagos tiempos cuando el maestro fue levantado en una cruz y asfixiado con el peor de los tormentos. La muerte de cruz, denunciado precisamente por un corrupto, que se robaba los ingresos de la compañía, de los apóstoles y su maestro, con lo que pagaban su comida en cualquier fonda, en cualquier puesto callejero. Y más no se acabara si no hay venganzas como lo ha advertido el tabasqueño en voz de Eréndira Sandoval, la ex diputada constituyente que será la secretaria de la Función Pública. No. En este terreno tiene que haber venganzas, las venganzas de la ley. El ladrón tiene que devolver lo robado e ir a la cárcel, sea el papa.
En Arabia Saudita a los políticos corruptos los cuelgan de las plumas más altas (grúas). Son salvajes. Aquí no llegamos a tanto. Pero si tenemos que imponer castigos severos. Sentencias acordes con el delito de robo, saqueo, malversación, triangulación de fondos, moches, cortas, mordidas chiquitas, mordidotas, etc. Si así, con tales castigos, le aseguro que no se acabará la corrupción, imagine si no hay venganza. La venganza es del aparato judicial. No es asunto personal, mi estimado tabasqueño. En Guatemala, un país pequeño, han metido en la cárcel a presidentes, vicepresidentes y altos funcionarios. En Chiapas, su vecino, los corruptos andan tan campantes, como el güero Velasco (su amiguísimo), siendo compinche del Niño Verde, que entrega la gubernatura a Morena en la persona de un tal Rutilio, y cubre su corrupta desnudez con la senaduría.