Análisis a Fondo
El juicio del voto sobre un mal gobierno
Muy difícil, la tarea de regenerar a México
Por Francisco Gómez Maza
Alguien me comentó que todavía había tiempo – cuatro meses – para que Enrique Peña Nieto rindiera cuentas de los grandes fracasos y graves errores cometidos por su gobierno en todas las materias, inclusive en la política económica tan cuestionada por los más influyentes empresarios y que ocasionó un profundo malestar social que se convirtió en rechazo casi absoluto en las pasadas elecciones federales.
Hay tanto que reclamarle al mandatario que llegó a la presidencia de la república con un bono democrático muy alto, con la fama de ser un gran estadista pero que decepcionó a millones de mexicanos que votaron por él, no sólo porque les compró el voto, sino porque en verdad creyeron que, como cada inicio de sexenio, ahora sí sería diferente y mejor que el sexenio de Felipe Calderón, cuyo legado también fue gravísimo, especialmente por la estela de luz de las metrallas que regaron a su paso por lo menos cien mil muertos en su estúpida guerra en contra de la delincuencia organizada.
Peña Nieto recibió a herencia guerrera y parece que, en su sexenio, de duplicó la muerte de cientos de miles de jóvenes que, no teniendo ninguna oportunidad en la economía formal, optaron por aceptar un empleo como sicarios, porque había que comer ellos y su familia aún a costa de su vida. Aparejadas con la delincuencia y el narcotráfico vinieron otras plagas: el desempleo, el aumento del número de pobres, la miseria, la indigencia, el hambre, las enfermedades, la matanza de mujeres, las ejecuciones extrajudiciales (Tlatlaya), las desapariciones forzadas como la de los 43 estudiantes normalistas de la escuela normal de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, entre otras muchas barbaridades. Y en medio como un Dios, la corrupción en las estructuras gubernamentales, federales, estatales y municipales, la impunidad. La simulación y el cinismo. Un sexenio que prometía – y tendría que escribir libros para hablar de todos los males – se transformó en el peor de la historia mexicana.
De esto y más tiene que rendir cuentas el presidente en turno. Ya la población lo juzgó, apabullando al PRI, su confeso partido, y al PAN y al PRD, sus aliados, socios y cómplices en las marrullerías de su gobierno. Y tiene que rendir cuentas por su bien personal. Para solicitar el perdón que las mayorías no le han dado. Lo han castigado, sí, pero no lo han perdonado.
Ya desde el inicio tuvo su mal rato porque no supo controlar la ambición. Como lo recuerda Alfonso Zárate, cuando el exgobernador del estado de México y hoy presidente Enrique Peña Nieto inició su mandato, lo hizo con una sociedad inconforme con los resultados de las elecciones de aquel 1 de julio de 2012, en las que compitió con Andrés Manuel López Obrador (PRD)…; Josefina Vázquez Mota (PAN), y Gabriel Quadri De la Torre (Panal) A unos cuantos meses de terminar su sexenio, el presidente Peña Nieto deja la presidencia con una sociedad “tan enojada” como la que lo recibió al inicio de su gobierno.
Pero vino de atrás para delante de error en error y, por tanto, de fracaso en fracaso hasta provocar un profundo malestar no sólo en el pueblo sino inclusive en sus aliados políticos y empresariales, como el Consejo Coordinador Empresarial. El sexenio que está por terminar ha sido un desgarriate y el legado, la herencia, para el gobierno nacionalista de Andrés Manuel López Obrador es de pronóstico reservado. Un país en quiebra, una economía fallida, la empresa de México – Petróleos Mexicanos – desbaratada y el subsuelo petrolífero entregado, regalado a poderosos empresarios locales y extraños. No se me ocurre que el nuevo gobierno pueda cumplir sus promesas de “regenerar” a México después de que fue prácticamente barrido por un tsunami de corrupción, de impunidad, de simulación y de cinismo, con una violencia que no conoce controles ni de los soldados, ni de los marinos, ni de los policías de élite, que en ocasiones están coludidos con los barones del crimen. El pasado alcanzó a los mexicanos que se quedaron varados en un presente de estercolero, de muerte, de sangre, de cementerios clandestinos, de mujeres asesinadas, de periodistas o cooptados o asesinados, y un futuro sin sentido en manos de los mismos colores partidistas. Peña Nieto y su equipo creyeron que gobernar se trataba de hacer los más pingües negocios y de enriquecerse con sólo tallar la lámpara de Aladino. Inclusive no les fue suficiente.
López Obrador promete mucho. La gente, en su mayoría, le ha creído, no tanto por él sino por la rabia que provocó en su corazón la política irresponsable del grupo de Atlacomulco, que por cierto, con el arribo de Morena, dejó de ser la cueva de Alí Babá en el estado de México. Cómo será el malestar con Peña Nieto que hasta sus paisanos le entregaron gran parte del poder legislativo al partido fundado por López Obrador y los bastiones más importantes del tricolor dejaron de serlo en ese estado que debía de estar gobernando la maestra Delfina Gómez Álvarez si el gobierno federal no hubiera propiciado el fraude electoral que impuso a Alfredo del Mazo.
Es hora pues que, por el bien de su conciencia – no la tiene, dirán los cultivadores del odio – Enrique Peña Nieto, 57 presidente de México, haga de la Rendición de Cuentas un legado que le será reconocido como positivo por la historia.