¡Qué Desvergüenza!

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Veracruz
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En qué país estamos, Catilina, un país en el que sobreviven millones, medio viven otros millones, viven a toda madre unos cuantos millones, y unos cuantos se enriquecen del robo al Erario, de los negocios turbios, sucios, con olor a caca, del narcotráfico, de la complicidad con los capos de la llamada delincuencia organizada.

Cuándo México se convirtió en un estercolero, donde los políticos hacen de un sexenio (seis años) su “año de hidalgo”, o sea que chingue su madre el que deje algo. Y se llevan todo, a los bancos de Suiza, de los centros financieros del robo llamados off shore, donde nadie paga impuestos a nadie y todos se enriquecen gracias a la gracia de diabólicos dioses.

Y nadie se salva. Todos van tras el dinero fácil, tras los billetes grandes, tras el oro; muchos, tras el oro blanco que apendeja cerebros y abulta cuentas bancarias.

Este escribidor lleva 52 años reseñando los datos con que los hidsotiradores escriben la historia de los mexicanos. Ha visto mucho. A los políticos del PRI que cuando robaban al Erario,k “salpicaban” a la gente. Los ví. Se llevaban el dinero arrastrando las manos con los dedos abiertos. Y en el camino dejaban mucho de obras para el desarrollo, infraestructura sobre todo; instituciones de salud para salvar la vida de la gente, de los niños muy pobres. Los ví.

Y ahora qué ocurrió. La política es la oportunidad de la vida para ser millonario, para viajar en aviones de lujo, en helicópteros de lujo, cobijarse en residencias lujuriosas, comprar la vestimenta en las tiendas de lujo de Nueva York, por ejemplo; tener casa de lujo en Miami o en La Joya, pagar en millones compañías seudomaritales; pasar el fin de semana en la costa francesa, o en una paradisiaca isla del Caribe. O de perdida en una casa de campo en lugares extremos, increíbles, como por ejemplo Berriozábal muy cerca de la feísima Tuxtla, donde también hace su “sexenio” otro miembro de la generación perdida llamado por fe de bautismo, Manuel Velasco Coello, a quien habría que investigarloe su grandiosa riqueza.

México. Pobres mexicanos de a pie, que no tienen para comprarse ni un pinche Spark (Dicen que es el auto más económico). Y que tienen que subirse, ab ovum, a una camioncito del servicio público, todo destartalado para ir al trabajo todas las madrugadas. Y no tienen lo suficiente para alimentarse y alimentar a su familia. Y menos para ser tratados por un especialista de cualquier hospital público o privado, porque las empresas ya no los inscriben en el seguro social y tienen que aguantarse con el llamado seguro popular, que sirve para maldita sea la cosa.

Pero sí, viven a grande, entre lujos y lujurias, entre molicie y vidas regaladas, un grupo de gente (me refiero a miembros de la clase política) –a propósito de los políticos ladrones (bueno, estoy seguro de que político es sinónimo de ladrón), destapados a cada rato en la persona de gobernadores y miembros del gabinete presidencia, y de la misma figura presidencial -, grupo que hemos llamado de la generación perdida, de la generación del hurto, que llegaron al “poder” a robar, amigos, aunque me digan que son antisistémico.

Javier Duarte de Ochoa, Yarrington, el otro Duarte, y demás cretinos que se robaron al país, no son más que una puntita del iceberg de la corrupción que ha contaminado a toda la estructura de gobierno, desde Arriba hasta un crucero urbano. Todos contagiados por ese virus de inmunodeficiencia llamado corrupción. Por ello, la gente sigue votando por los candidatos del PRI. Les juro que en el edomex “ganará” el PRI porque muchos, la mayoría votará por Alfredo del Mazo, porque tanto el PRI como la presidencia de la república ha maiceado a millones de ciudadanos jodidos, que sólo pueden gozar de una canasta básica, o un techo para su choza, o… lo que sea, dando su voto al PRI.

Es corrupción por corrupción. Es yo transo, tu transas, él transa, nosotros transamos, vosotros transáis, ellos tranzas. O aquello de que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. O el que no transa no avanza. Un país que huele a caño, a coladera, a estercolero. Y si no me cree, salga a la calle y por todas partes el drenaje urbano expele olor a caca. Pasa usted por Los Pinos, o por Palacio y el humor citadino es de estiércol  humano.