Así lo refirió Rogelio Chavolla Magaña, secretario académico de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Medicina de laUNAM, quien explicó que la voz es extraordinaria y tiene características físicas o cualidades: altura y duración (que dependen de las vibraciones de las cuerdas vocales y el tiempo que duran, respectivamente), intensidad y timbre.
El otorrinolaringólogo recordó que el lenguaje, la palabra, ha tenido una larga evolución. “El desarrollo de la capacidad craneal y cognitiva permitió que el aparato fonador ocupara un lugar especial, que descendiera”.
Los bebés tienen la laringe alta –igual que los primates–. Ellos son respiradores nasales forzosos durante los primeros meses de vida por la posición que tiene ese órgano, pero conforme crecen, desciende y así adquieren las capacidades de fonación, expuso.
La comunicación se hizo por señas y sonidos guturales hasta la aparición de Homo sapiens. Y es que el lenguaje del ser humano consiste en una codificación en la corteza cerebral y es sumamente complejo.
Desde el punto de vista anatómico, la laringe es un órgano muy importante y uno de los pocos cuyo trasplante no es posible. Es elástico y a la vez rígido, un armazón complejo formado por cartílagos, suspendido en el cuello por músculos, como un gancho colgado en el armario, pero con la capacidad de subir y bajar.
Su función primordial es la respiratoria, pero no es la única; es, además, protectora de vía aérea, deglutoria, fonatoria, circulatoria, tusígena y expectorante, fijadora durante el esfuerzo, digestiva (pujar para la defecación), obstétrica (pujar en el parto) y emotiva (canto).
Mujeres y hombres tienen diferente voz por razones fisiológicas. Ellas más aguda y pueden ser soprano, mezzosoprano o contraltos; ellos más grave y pueden ser bajo, barítono o tenor.
También hay diferencias entre la voz hablada y la cantada; la altura de la primera es poco precisa, contrario a la segunda; en cuanto a la duración, en la primera tienen mayor importancia las consonantes que las vocales, y viceversa. La intensidad en el primer caso es de poca variación, de aproximadamente 40 decibeles, en tanto que los cantantes pueden ir de 40 a 120. Al hablar no hace falta tanta precisión, pero al cantar la colocación debe ser perfecta.
Cuidados de la voz
Entre los padecimientos de la laringe se encuentran la laringitis crónica, edema de Reinke, nódulos o pólipos. El signo más importante de enfermedad es la disfonía (ronquera), pero también puede haber afonía (pérdida total o parcial de la voz), dolor, tos y disnea (ahogo o dificultad en la respiración), entre otros.
Común a las patologías como factores etiológicos se encuentran el alcohol, el tabaco, los polvos, los vapores tóxicos, afecciones rinosinusales, reflujo gastroesofágico y exceso vocal.
Para cuidar la voz de cantantes y no cantantes, el experto recomendó vigilar la dieta, tomar la cena dos horas antes de ir a la cama y evitar “líquidos negros” (café, refresco de cola y vino tinto, por ejemplo), así como vocalizar a diario (en el caso de los cantantes), evitar cambios de temperatura, no hablar gritando (tener un tono y timbre naturales) y respirar por la nariz.
Su estudio, desde la antigüedad
Su estudio viene desde la antigüedad. Platón definió a la voz como “un impacto del aire que llega por los oídos al alma”, en tanto que Galeno la comparó con un instrumento musical: una flauta.
Un gran avance ocurrió en Francia, en 1741, cuando el anatomista Antoine Ferrein hizo estudios más serios de fisiología y describió cómo se produce sonido en la laringe por la vibración de las cuerdas vocales. Sin embargo, nadie lo pudo ver en vivo. Hubo muchos intentos por asomarse a observar el funcionamiento de ese órgano, lo cual logró un profesor de canto.
Se trata del español Manuel García, hijo de un brillante cantante de la época, quien tuvo una gran educación musical. También debutó como cantante en Nueva York y México, pero no tuvo éxito. Se dedicó a ser profesor y se enlistó en Argelia, donde convivió con cirujanos y fisiólogos; estudió anatomía y fue asistente en batalla, relató el universitario.
Más tarde, se instaló en Londres y escribió: “Durante todos esos años no dejé un momento de pensar en la manera en la que podía llegar a observar el órgano vocal en funcionamiento. Conociendo la profunda situación de la laringe y su sitio inaccesible a la luz, creí que mi idea era irrealizable. Mil veces la rechacé y mil veces acudió a mi mente con mayor esfuerzo”.
Un día, al dar una caminata por París, en 1854, y ver pasar un rayo de luz entre los árboles, le vino la idea de mirarse con un espejo. Un amigo le vendió uno de dentista por seis francos; llegó a su casa, lo templó en agua caliente para que no se empañara y lo introdujo en la boca hasta apoyarlo en la campanilla.
Se trata del mismo método que usamos hasta la fecha, señaló Rogelio Chavolla. “Manuel García vio por primera vez su glotis abierta, debajo de una porción de su tráquea. Se dedicó un año al estudio de casos y publicó sus trabajos en la Royal Society de Londres. El inventor del laringoscopio, el “Cristóbal Colón de la laringe”, murió en 1906”.