Dos de cada 10 niños y adolescentes en la CDMX presentan síntomas de depresión: UNAM

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El objetivo del estudio, realizado en escuelas públicas y privadas de la zona metropolitana de la Ciudad de México, fue saber si había síntomas depresivos. Los indicios aparecieron en mayor medida en la etapa prepúber (púber: pubertad, primera fase de la adolescencia) que en los adolescentes (pospúber), señaló Alcalá-Herrera.

Los niños con características depresivas suelen mostrarse irritables, desatentos y aburridos; la forma de expresar sus sentimientos no se relaciona con su conducta, ni reflejan su tristeza. “Por eso se dice que la depresión infantil se encuentra enmascarada. Sus señales suelen confundirse con otros desórdenes de la conducta y el diagnóstico es complicado”, dijo la universitaria.

Las manifestaciones “más específicas” aparecieron en los pospúberes, quienes reportaron reactividad afectiva como llanto, tristeza evidente, baja autoestima, aislamiento y poco contacto con la familia o amigos.

En los prepúberes el afecto positivo (capacidad de disfrutar, alegría y optimismo) se mostró intacto, mientras que en los pospúberes aparece disminuido, lo que indica, una afección.

Desde la perspectiva de la investigadora, si los prepúberes con indicios de depresión no son atendidos, manifestarán sintomatología severa en la etapa pospúber; en tanto, si los pospúberes no son identificados y atendidos, también tendrán alta probabilidad de ser adultos depresivos.

Para hacer un diagnóstico acertado, abundó Alcalá-Herrera, es necesario aclarar qué es la depresión. “Se utiliza de manera popular y se considera que cualquiera puede sentirse ‘depre’; sin embargo, se trata de un trastorno, una enfermedad por sí misma, en la que la persona no puede resolver la situación, su mente se encuentra obstruida por pensamientos negativos y pesimistas”.

Está asociada a otros padecimientos como los degenerativos o progresivos (hipotiroidismo o enfermedades metabólicas), que impactan en el organismo y el sistema nervioso. Esta situación hace que el concepto “depresión” sea complejo, lo que pone a los especialistas en una encrucijada: ¿pueden presentar depresión los bebés o los niños pequeños?

Algunos datos indican que hay conductas vinculadas a la sintomatología depresiva en ellos. Por ejemplo, los bebés que viven en orfanatos presentan talla y peso menor; además, muestran atraso en su desarrollo psicomotor. Puede haber llanto, falta de apetito o irritabilidad. Las señales no son precisas porque no pueden expresar con palabras sus sentimientos.

En esta situación el diagnóstico es clave. Los indicios se confunden con otra enfermedad en la edad preescolar y escolar: pueden mostrar trastornos del sueño como pesadillas, insomnio o sonambulismo, mucho o poco apetito, y aparecen problemas cognitivos como la falta de concentración, atención y, por tanto, problemas de aprendizaje.

Además, tienen manifestaciones físicas como dolor de cabeza o estómago, cansancio y poca actividad física, que varían en cada etapa de la vida, según el género y la persona, lo que da pauta para acudir con un experto.

Según la académica, la relación madre-hijo es decisiva en los primeros años de vida. Desde que el bebé nace y hasta que entra a la escuela, es la única conexión segura que conoce, pues se le provee de protección y abrigo; entonces, si se presenta una situación en la que la madre no comparta la vida con el pequeño, o si padece ansiedad o depresión, esto puede asociarse al estado depresivo del menor.

Otros contextos que generan estrés en los infantes y que pueden conducir a la depresión es el exceso de trabajo y de cargas académicas, así como el acoso escolar por parte de compañeros, maestros y padres, refirió Alcalá-Herrera.

Finalmente, recomendó reflexionar sobre las condiciones familiares, sociales y escolares, y las formas para prevenir y disminuir la sintomatología depresiva. “Nuestro objetivo es enseñarles a resolver problemas cotidianos. Con nuestra ayuda serán adolescentes y adultos capaces de enfrentar los retos de la vida”.