Ciudad de México, México.– Cuando el volcán Xitle hizo erupción, hace cerca de mil 670 años, su lava cubrió un radio de 80 km2y, al enfriarse, la roca generó un entorno propicio para el desarrollo de flora y fauna. Así nació el Pedregal de San Ángel, el lugar más biodiverso de la Cuenca de México, explicó Hilda Marcela Pérez Escobedo, profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAM.
Este sitio se modificó drásticamente hace siete décadas –en los años 40–, cuando fue asignado a la Universidad y se urbanizó. El crecimiento de inmuebles delimitó lo que hoy es la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA), equivalente a la tercera parte de CU, y formó pequeñas islas del ecosistema en el campus, que representan al 35 por ciento de su superficie, afirmó.
Para la también responsable de Comunicación Ambiental de la Secretaría Ejecutiva de la REPSA (SEREPSA), esos espacios remanentes tienen un papel fundamental porque infiltran el agua de forma natural, captan cerca de 372 millones de litros de lluvia al año, son áreas verdes autorreguladas, albergan micro reservas, son un testimonio del paisaje original y forman parte de la identidad universitaria.
Un oasis en medio del asfalto
Según Jerzy Rzedowski (botánico ucraniano naturalizado mexicano), en el reservorio de San Ángel hay 657 variedades de plantas y la mitad es parte del matorral xerófilo, indicó Pérez Escobedo.
De estas últimas, la experta expuso que hay una lista de 265 en la REPSA, “la mayoría son protistas de algas y habitan en la cantera oriente. También hay registro de muchos hongos, aunque falta por saber más de ellos; por ejemplo, hay uno asociado al eucalipto y no sabemos si llegó con este árbol o era endémico y se adaptó a él”, detalló.
En 1954, Rzedowski catalogó 350 especies en la REPSA, de ellas 33 exóticas, y para 1990, los investigadores Alfonso Valiente Banuet y Efraín de Luna García hallaron 77 foráneas más. Esto se debe a que al erigirse CU, el territorio se convirtió en un socioecosistema —es decir, en uno en el que interviene el hombre—, lo que aceleró sus dinámicas de cambio, originalmente lentas.
“Con la urbanización, la Reserva ha experimentado alteraciones; por ejemplo, la gente ha traído limones, naranjos u otras plantas, pues piensan que es un buen lugar para que crezcan; sin embargo, su supervivencia es poco probable porque las condiciones no son las adecuadas”.
Además, estos organismos externos pueden acabar con los endémicos y afectar el entorno, como hace el pasto kikuyo (planta invasora cuyo nombre científico es Pennisetum clandestinum), que hoy cubre el 17 por ciento de la REPSA.
“Especies extrañas en la zona tendrían consecuencias graves como el cambio en la composición florística, perturbaciones y transformaciones en la estructura, así como en los procesos ecológicos. Por ello, es indispensable retirar aquello que lastima la Reserva para así protegerla y preservarla”, finalizó.