En este lugar, según un estudio realizado por integrantes del Instituto de Geografía (IGg), la frontera entre las áreas forestal y agrícola no se modificó de 1993 a 2015; en donde sí hay un cambio es en lo “tupido” del bosque. Esto es una buena noticia porque una zona bien conservada evita el incremento de la temperatura local, conserva el suelo y la biodiversidad, y aumenta el oxígeno y la captación de agua en los mantos freáticos, lo que beneficia a toda la cuenca del Valle de México.
Gabriela Gómez Rodríguez, del Laboratorio de Análisis Geoespacial de la entidad universitaria, explicó que el dato se obtuvo gracias a que la UNAM desarrolló un sistema de información geográfica del territorio mexiquense que permitiera un manejo forestal más adecuado, por encargo de Protectora de Bosques del Estado de México (Probosque).
Dicha cartografía se realizó a un nivel de detalle mucho mayor que cualquier otro inventario forestal del país, que de forma tradicional se elaboran a escala de uno a 50 mil. “Nosotros lo hicimos a escala de uno a 20 mil, es decir, con más del doble de detalle, lo que nos pone a la vanguardia”.
Gómez Rodríguez señaló que para este estudio, que tomó alrededor de un año, se emplearon imágenes de satélite SPOT, que proporcionó el gobierno mexicano para delimitar las zonas boscosas y discriminar otro tipo de cubiertas, como las agrícolas y urbanas. El objetivo fue generar un mapa forestal a escala estatal, que se comparó con fotografías aéreas del INEGI de 1993, para cuantificar con exactitud las diferencias.
Asimismo, se realizó trabajo de campo donde se tomaron medidas dasonómicas (altura, ubicación y tipo de los árboles) y se utilizaron vehículos no tripulados, drones, elevados a alrededor de 100 metros, de acuerdo con la altura del dosel arbóreo y la topografía, para tomar video y fotografía en áreas de 200 metros de diámetro. Eso permitió, incluso, cuantificar los árboles e identificar especies.
El ejemplo más acabado del estudio en el Estado de México es el Nevado de Toluca. En la imagen de 2015 se identifican ocho mil hectáreas con tonos más oscuros, lo que significa que tienen una cubierta forestal mayor. “Si vemos el mapa de 1993, las mismas áreas no tenían esas tonalidades”. Un trabajo adecuado y continuo durante años, así como la sinergia entre gobierno y comunidades, permiten el progreso de los bosques.
Los resultados, precisó la experta, sirven para identificar zonas en donde es necesario atender problemas. En rojo se marcan las áreas por recuperar, las más dañadas, y en amarillo las que deben reforestarse. Así, Probosque hará esfuerzos más dirigidos, será más eficiente y atenderá las zonas que verdaderamente lo requieren; “hará una reforestación científicamente dirigida”.
Lo obtenido por los universitarios, académicos y estudiantes, será integrado al sistema de información geográfica de Probosque, que contiene más datos, generados en otros inventarios, así como información temática del INEGI, y podrá ser utilizada para dar seguimiento al progreso forestal.
“Esperamos no sólo continuar la evaluación de esta zona, sino escalar estos estudios a otras regiones del país, en sitios prioritarios de conservación, como los bosques mesófilos, llamados de niebla, escasamente representados en nuestro territorio. “Sería deseable que esto fuera la punta de lanza que permita una cartografía que lleve a una protección forestal más eficiente y activa”.
Nuestra visión a largo plazo es que otras regiones importantes del país acojan esta metodología y que se pueda hacer un seguimiento de dichos ecosistemas con ese nivel de detalle y con las nuevas tecnologías, finalizó Gabriela Gómez.