Juan Gabriel y Teresa de Calcuta

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JUAN
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Los seres humanos viven necesitados de amor, de atención, de dioses, de ídolos, de santos. Los cristianos, de Cristo; los islamistas, de Mahoma; los budistas, de Buda y así crecen las grandes religiones tanto las que ven por lo sagrado como las religiones del dinero, el poder y la gloria y el pasatiempo.

En México, ese fenómeno sólo se ve en la Villa de Guadalupe y en la iglesia de Judas Tadeo. Dos centros seudo religiosos que parecen hipermercados en donde la gente compra salvación, compra perdón, compra paz. Millones llegan a la Villa; cientos de miles, al saltuario del “milagrosísimo” San Juditas., Y miles de millones, se ponen frente a la televisión a adorar a otros dioses, los dioses de pies de barro.

Este fin de semana hubo dos grandes celebraciones. Una en Ciudad Juárez, una misa presidida por el obispo para “pedir” por “el eterno descanso” de Juan Gabriel. Otra, el domingo en el Vaticano, para que el Papa Francisco declarara santa a Teresa de Calcuta, No hay mucha diferencia entre los dos fenómenos. Juan Gabriel es al mundo hispano, no sólo de México sino más al de Estados Unidos, lo que Teresa de Calcuta es al mundo religioso. Los dos fueron en vida fenómenos mediáticos de gran envergadura. La de Calcuta por su dedicación plena a los pobres más pobres de la India. Juan Gabriel, por su dedicación a los triunfos y logros mundanos, satisfaciendo los instintos primarios de la gente. Casi un fenómeno religioso. Ambos, la nueva santa y el ídolo ya cremado, son el alimento de millones de almas emocionalmente teledirigidas por la mediática porque necesitan de dioses, necesitan de ídolos.

Teresa de Calcuta se pasó la vida de monja, monja muy activa que conseguía apoyos sin nombre para combatir la pobreza en los lugares más pobres. Se hizo ella misma pobre con los pobres, como Francisco de Asís en su época. Un creyente diría que en la persona de Teresa, o en su cuerpo, reencarnó el de Asís, considerado por muchos como el único cristiano verdadero entre los miles de millones que se dicen cristianos, ya sean católicos o protestantes, que ha habido en la historia del cristianismo.

Su bondad, la de la de Calcuta, fue aprovechada por los medios para hacer dinero. La mediática no desaprovechaba 3el tiempo ni perdía los momentos para entrevistar, para grabar la imagen, de la ahora Santa Teresa de Calcuta. Fue usada por los medios de información y propaganda para ganar mucho dinero, que ciertamente no lo compartían con los pobres.

Juan Gabriel, el otro fenómeno nada religioso, pero que, aun después de haber muerto, enardece el ánimo de miles de millones de personas habidas de un dios, ávidas de una solución a su soledad, ávidas de un ídolo que hable por ellas de sus tristezas, de sus alegrías, de sus angosturas de pecho o sea de sus angustias, de sus desilusiones, de sus decepciones, que amenice sus borracheras, que hable por ellos a la novia herida o a la esposa maltratada. Y ahí estaba y sigue estándolo, Juan Gabriel, que curiosamente, no obstante que les amenizaba la fiesta de la vida mundana, era vilipendiado, era maltratado por sus modales. Decían que era homosexual. Yo no me caso con ese juicio porque no me consta u me tienen sin cuidado las preferencias sexuales de hombres y mujeres. Pero apenas se supo de su muerte, todo el mundo se desbordó en elogios, en llanto. Como el adagio mexicano para ensalzar la personalidad de un muerto: qué bien bateaba…

Dos fenómenos, Teresa de Calcuta y Rafael, que hay marcado la historia de entre los siglos 20 y lo que va del 21. Dos seres que porque se fueron ahora son santificados. Y a Juan Gabriel, lo escuchamos en todas partes. No hay otro cancionero de moda en estos momentos. Después quedará en el olvido, como tantos ídolos que fueron los dioses del olimpo mexicano y  de ellos nadie se acuerda.