Este jueves fue de locura. Manifestaciones populares en el centro de la ciudad de México; multitudinarias manistaciones en los alrededores de los edificios de la Cámara de Diputados. Desde muy temprano, la seguridad de San Lázaro clausuró todas las entradas a la zona camaral. Este escribidor se tardó como una hora para poder entrar por un resquicio de un retén policía y gracias a que llevaba colgado del cuello el gafete que me acreditaba como reportero para cubrir la sesión en la que el secretario de gobernación entregaría el documento enviado por el despistado de Peña Nieto.
Y mientras en las calles, los manifestantes, todos trabajadores de diferentes sectores, trabajadores de la salud, médicos, enfermeras, gente conservadora que está en contra del matrimonio entre parejas de homosexuales, delegaciones de maestros democráticos, estudiantes de universidades y todo grupo que tiene que reclamarle alguna factura no pagada por Peña Nieto, en la explanada de la cámara, ya adentro, una sinfónica de Hidalgo ofreciendo un concierto para la clase privilegiada, para los de traje y corbata y zapatos muy brillantes, hombres, y vestidas como princesas, las mujeres.
A los de afuera, a los manifestantes, a los que exigían justicia en el caso de los desaparecidos forzadamente, de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, de la tortura en las cárceles aplicada por esbirros que no tienen ni idea de qué son los derechos humanos, y que le echan la culpa a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y a cuanto defensor hay en este país, que se oponen a la violación de tales derechos y que por tanto les amarra las manos a muchos torturadores, nadie los veía ni los oía. Se desgañitaban gritando su exigencia de cuidado de la salud, de una reforma energética no entreguista, de una reforma a la reforma educativa.
Dos México bien definidos. México dividido: Por un lado millones de personas, de carne y hueso, masticando su dolor ante la indiferencia de los gobernantes. Por el otro, la clase política, los periodistas a modo, los grandes empresarios, los líderes sindicales. Dos Méxicos irreconciliables a quienes divide un muro más cabrón que el que pretende levantar por toda la frontera el fascista de Donald Trump, apapachado, impulsado, protegido por Peña Nieto, quien se convirtió en su propagandista número uno, aunque la que tiene más posibilidades de llegar a la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, le mandó un mensaje en inglés a través de su cuenta de Twitter, un mensaje en inglés, que aquí lo escribimos en castellano porque es muy mexicano: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Pero bueno. Así es esta vida de perros que llevamos los mexicanos. O mejor dicho lobos, aquellos lobos donde, como dice Thomas Hobbes, homo homini lupus.
Todo quedó muy claro. Ni el agua es más clara. Este país está en la olla de la incertidumbre porque el sexenio peñista ya casi se acaba. Bueno, el 2017 ya no le importa a nadie más que a los suspirantes y su gente. Y no sólo no se va a recuperar la economía sino que se va a hundir más. Y ese año va a ser mejor, pero que el 2018, cuando el dólar va a llegar a valer por lo menos 25 pesos, que ayudarán en algo a los sectores que reciben dólares, como el turismo, pero que se descompensará con las importaciones, inmensas importaciones, que tiene que hacer el aparato productivo. Inclusive el turístico. En fin. Estoy escribiendo a alrededor de las tres y media de la tarde de jueves. Al caer la tarde deberá reunirse la 63 legislatura para recibir el documento del informe, que traerá a la Cámara el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, pero que debería de venir a leer y ser interpelado por los diputados, el mismito presidente de la república.
Gracias amigos por leerme.