A nivel mundial, 30 por ciento de la superficie terrestre presenta alta frecuencia de estos siniestros, en los que median tres elementos: fuentes de calor (Sol, rayos y actividad humana), oxígeno (dirección y velocidad del viento) y combustibles (troncos, árboles y pastos), dijo.
Los meses secos elevan las posibilidades de conflagraciones en el país, explicó la académica a partir de un reporte de 1993 a 2002 elaborado por ella misma, en el que consignó 204 percances durante los eneros de esos años; 750 en los febreros; mil 774 en los marzos; mil 644 en los abriles; 810 en los mayos, y 96 en los junios.
Al impartir la conferencia Incendios forestales en México y su relación con parámetros meteorológicos, detalló que de 1993 a 2004, el entonces Distrito Federal, el Estado de México y Tlaxcala ocuparon los primeros sitios en cuanto a igniciones, afectaciones y promedio anual.
Laboratorio en La Malinche
Para ahondar en el tema, Villers Ruiz transformó el parque nacional La Malinche en un “laboratorio” de 46 mil 95 hectáreas, donde realizó investigaciones y lo equipó con cinco estaciones meteorológicas, lo que la hizo registrar 35 variables, efectuar mediciones de combustibles (troncos y pastizales), analizar mínimos y máximos de humedad con los que el material podría encenderse, y evaluar la estructura y composición vegetal.
También creó mapas de la región respecto a los comburentes y tomó en cuenta el tiempo atmosférico y umbrales para la presencia de incendios (ponderó humedad relativa, precipitación y temperatura).
Mediante trabajos de laboratorio y de campo, detectó la disponibilidad de materiales susceptibles de arder y en cuáles el fuego queda latente; además, consignó la humedad relativa y la de los combustibles en los meses más secos (febrero, marzo y abril).
En estos estudios, Villers Ruiz se valió de un modelo canadiense de prevención de incendios que, entre otras cosas, mide temperatura, precipitación pluvial y velocidad eólica. A partir de ello, estableció categorías con los valores de los componentes de este paradigma según la frecuencia de percances y áreas siniestradas, para calcular la probabilidad de una conflagración según parámetros meteorológicos.