Ha trascendido en medios y cuartos de guerra santa, que fue amenazado de muerte el sacerdote Gregorio López Gerónimo, alias Padre Goyo, jesuita radicado en Apatzingán, el corazón de la tierra caliente en Michoacán; que la amenaza provino de las guardias blancas del cruento cártel agro-industrial de la nómina china, milicias denominadas autodefensas maoistas; y que, por ese peligro inminente, el eminente cura emigró a Roma.
Que ya en suelo romano, no fue fácil para el sacerdote calentano recibir apoyo y, de plano, le negaron sustento económico los Milenarios de Cristo Adorado, constituidos por el extinto michoacano Marcial Maciel, llamados millonarios de cristal cortado.
Que un buen día, al Padre Goyo lo llamó el mismísimo Papa a El Vaticano; tras recibirlo en privado, el sumo pontífice lo amonestó y lo apercibió; sobre todo, le reprochó haber huido de Apatzingán y dejar abandonado a su suerte al pueblo sufrido, y le entregó un boleto de avión de retorno a México.
Que el Papa le ordenó que se regresara al Estado de Michoacán, a continuar peleando, pero ahora luchar con armas de fuego contra el Diablo, encarnado en aquel peligroso cártel de Apatzingán.
Que tres semanas después de la repatriación de ese jesuita, otro sacerdote apodado El Gallo, fue ejecutado en la ciudad calentada de Pungarabato, Guerrero, confundido con el michoacano Padre Goyo, ahora éste vive nervioso, temeroso e inquieto, porque deberá rendir cuentas en México al sumo pontífice romano, al jesuita Jorge Bergoglio, conocido como el Papa Negro de la Compañía de Jesús.