Ah, México. El país de la simulación. Gobernado por la simulación. La simulación es la filosofía de vida del mexicano; ha suplantado a la corrupción y también a la impunidad. Se simula desde la corrupción para quedar en la impunidad. Pero lo que importa es simular.
A la economía le está yendo muy mal. Ah, pero no. Los funcionarios de Hacienda hablan de los ciclos. Y aseguran que la economía va muy bien. Que se están logrando los objetivos trazados. Que se han creado mucho más de un millón de empleos.
Le echan la culpa a la volatilidad de los mercados del mundo. Culpan a la debilucha economía del vecino del norte. No. La política económica que se aplica en México es la correcta.
El producto interno bruto no sólo no crece sino que es ajustado a la baja, pero México se mueve porque la política económica es la adecuada. Si no lo cree, pregúntenle a Christine Lagarde, la maestra del positivismo económico. Del librecambismo salvaje, del capitalismo de casino, de palenque de gallos.
Lo que importa es que estén equilibradas las cifras de la balanza de pagos. Que se devalúe el peso es pecata minuta. Que no crezca el PIB, lo dicta el manual para lograr una economía en movimiento.
Que se caen los precios del petróleo. Qué importa. Tenemos trabajando a los genios de la ciencia económica venidos de Toluca para idear programas de austeridad para el pueblo, para los pobres, para los excluidos. Y para enfríar los motores super calientes del aparato productivo. Hágame usté el favor. Todo es miel sobre hojuelas.
Que el salario que ganan los trabajadores calificados no alcanza más que para lo más indispensable, ni siquiera para todo lo indispensable, eso ayuda. Así debe ser. Para que la economía salga más rápido de las estancias negativas.
Y el instrumento estrella: la austeridad a partir de un “presupuesto base cero”, concepto que ni el señor de Hacienda sabe explicar. Ah, pero es importante manejar el lenguaje, aunque sea críptico. Es fundamental que la gente diga que los del gobierno son muy sabios.
Es la simulación. Cómo pueden simular toda la vida desde Palacio, desde Los Pinos y desde todas las dependencias de gobierno.
Y ahora sale el muchacho que ya pinta canas, Aurelio Nuño, pidiendo a los maestros liberarse de los sindicatos. Es que vivimos tiempos modernos, nuestra dependencia del imperio es absoluta. Tan absoluta que esa sí es de las pocas cosas que no pueden simularse. Y esa nueva identidad de los gobernantes criollos no caben las “conquistas” de los trabajadores. Y menos de los burócratas.
Eso es modernizarse: Que los ricos sigan acumulando riquezas exponencialmente y que los pobres sigan jodidos porque esa es la misión que dios les confió. ¿No dijo, pues, Jesucristo – eso dicen los que tradujeron los libros sagrados del cristianismo primitivo – que a los pobres los tendréis siempre con vosotros?
En fin, estamos asistiendo a la reconstrucción del nuevo tejido social de México. Y para construir un mundo nuevo – siguiendo el pensamiento del viejo alemán de Hermann Hesse, hay que destruir, no dejar piedra sobre piedra, el mundo antiguo, el de la revolución y justicia social. De ahora en adelante, cada mexicano se rascará con sus propias uñas, independientemente de que deje la zalea en el trabajo al servicio de los empleadores particulares o de los gobiernos.
Hombre, del presidente para abajo, pasando por los gobernadores y, sobre todo, por los presidentes municipales, todos son héroes, todos son magos, que dan de comer a los hambrientos, de beber a los sedientos, de vestir a los desnudos (y desvestir a las desnudas)
Lo demás: que los desaparecidos sólo aparezcan hechos cadáver en panteones clandestinos por ejemplo, es lo de menos. Lo demás es que los priístas se mantengan en el poder y que sus satélites, el verde y el magisterial, sigan los dictados de la ideología.
Este es el México de Peña Nieto. Un mundo feliz que considera la infelicidad de los omega. Cómo me recuerda a George Orwell, cuando narra la rebelión en la granja. Léanlo, por favor. Así se entenderá más fácilmente. Y hasta el lunes venidero.
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