Todos somos populistas…

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Peña Nieto
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El presidente no se mordió la lengua para advertir que el señor López es todavía, a pesar de que ya se acogió a las instituciones que mandó al diablo en 2006, un gran peligro para “México”. Es el coco del presidente pero más de sus jovenzuelos asesores que le meten ideas. Y de los mandones del dinero. Para empezar no es de la Obra de Dios.

La verdad es que el señor López ya no representa ningún peligro para nadie, menos para “la mafia en el poder”. Menos para los negociantes del estado de México. Menos para los gringos. Está domesticado por los golpes que da la vida. Necesitaba un partido político y ya se lo registraron. Le dan una muy buena ganancia en dinero gracias a los financiamientos del INE. Sus 35 diputados en la LXIII Legislatura de la Cámara de Diputados son más mansitos que un San Bernardo añoso.

No le conviene al tabasqueño, y así lo ha entendido porque ya está de salida. Ya no le queda mucho tiempo en la política. Y lo malo es que por el momento no hay otro populista de izquierda que lo supla. Nadie. A menos que le pida prestado uno al PRI como lo está haciendo la gente del PRD con el colosista Agustín Basave.

Al contrario, Peña sí dispone de otros populistas de derecha que lo suplan cuando culmine su mandato.  Uy. Hay muchos. Y si no hay, los fabrica Televisa aunque Joaquín ya no estuviera de propagandista del poder desde el cuadro de la pantalla idiota para idiotas.

No tiene razón pues el presidente de tronar contra los “populismos” de izquierda y de derecha. Está tronando contra sí mismo. Para empezar, él tiene que reconocer que es de derecha. Y que es populista y demagogo. No es malo ser populista y demagogo. Populista significa que es popular. Demagogo, que es cabeza o caudillo de una fracción popular. Y el presidente lo es, aunque ahora no sea muy popular.

Pero es que le tienen miedo a todo lo que huela a pueblo. Recuerdo un chiste macabro, de humor negro que me contó un colega cartonista, que no se aprecia de izquierdoso, respecto del populismo, que más o menos decía, atribuido al presidente: “lo que más me molesta del populismo es ese concepto apestoso de ‘pueblo”. Qué horror. Qué cruel quien inventó semejante chistorete. Pero es la verdad.

Da la impresión, cuando enjundiosamente el presidente truena contra los populismos, que le tiene pánico a lo que huela a pueblo. Y es que pueblo apesta, apesta a sudor, a caca, a fetidez, como el humor que espiran las alcantarillas de la ciudad de México.

Pueblo huele mal. Y los habitantes de las residencias de Las Lomas, de Malinalco, de las zonas más lujosas de las ciudades de este país, inclusive del fraccionamiento Don Ventura, en Tuxtla, donde, en aquellos tiempos del general, eran semilleros donde florecía la corrupción en todo su esplendor, todos huelen a loción, a rosales, a cielo.

Desventurada intervención del presidente en la asamblea de la ONU. Mejor no se hubiera metido con el pueblo. Estaba bien rosándose con lo más exclusivo de la Gran Manzana. Ahí, en esa mole de hierro, concreto y cristales se respira pura vida, pura lujuria, lo mejor de lo mejor de este mundo material. Y se come muy bien porque es la sede de la Organización de las Naciones Unidas, a donde iba a trabajar un trimestre de cada año mi amigo Beto, que era estenógrafo y registraba los discursos en español con puras equis, por lo que se levantaba, libres de polvo y paja, unos 20 mil dólares, con los que podía vivir tranquilamente el resto del año en México.

Ah pero populismo y demagogia pueden utilizarse según las propias conveniencias. Y el señor López no debe preocuparles. Ya tiene cortados los espolones si es que un día los tuvo. ¿O no, mi querido Sup?

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