Tenía yo un amigo que no podía ver a los periodistas. Siempre que tocábamos el tema, a sabiendas de que yo, su amigo, era reportero, siempre se expresaba con desprecio de los periodistas: ¡Pinches periodistas!
Y me daba la impresión que Luis tenía razón. Los periodistas nos habíamos ganado su cariñosa expresión.
Nuestro orgullo, nuestra prepotencia, nuestro desprecio por la inteligencia emocional, nuestra hambre de sangre, de dolor, de lágrimas – si no hay muertos no hay nota – en el afán de sacar la de ocho columnas eran proverbiales. No había personaje más corrupto que un periodista. Y teníamos vía libre, y barra libre; éramos los consentidos y los más odiados de los poderosos. Nos despreciaban, nos compraban, nos emborrachaban, nos corrompían.
Provocábamos cualquier escándalo al calor de las humaredas etílicas en nombre de la libertad de prensa. Si agredíamos, si levantábamos falsos, si arrebatábamos honras y virginidades, todo ello era nuestro derecho. No dejábamos títere con cabeza.
Parecía entonces que Luis tenía toda la razón cuando nos calificaba de “pinches periodistas”.
Pero esos pinches periodistas, que mantenían informada a la gente que lee periódicos, escucha noticiarios de radio y ve y escucha noticiarios de televisión, pesar de todo eran imprescindibles. Son imprescindibles, cuando son profesionales, cuando informan de verdad, cuando cuestionan al poderoso con razones suficientes. Los prefiero a los que no dan parte de lo que pasa, no informan de las transas de los poderosos, de…
En el análisis del paso de Zabludovsky por este mundo espantosamente fascinante del periodismo, hablaba yo del periodismo humano. Lo humano no es perfecto, no es santo; es humano, como la humanidad de la Luna, como la humanidad del poeta, como la humanidad de las divinidades. Es el equilibrio entre la luz y la oscuridad. La luz y la ausencia de luz. Y los periodistas podemos ser oscuros, pero nuestra claridad alumbra al infinito. Ésta es nuestra ventaja sobre cualquier otro oficio, inclusive el oficio de sol o de luna.
Yo no he muerto todavía, porque me ha salvado quién sabe qué colega de esta historia de luz y de oscuridad. Pero pude haber muerto en una emboscada tendida por el ejército mexicano a mi humilde vocho allá en los altos de Chiapas, al tercer día del levantamiento de los indios en 1994.
Por ello puedo hablar de la muerte y más de la muerte de los periodistas. Creo que morir no es malo. Es más, cuando te llega el instante para morir, éste viene acompañado de una inigualable y deliciosa paz interior que ya quisieran tener los iluminados más santos, o los budas, o los místicos.
Pero lo que está pasando en estas tierras mexicanas es obra de la perversa genialidad humana. (Yo iba a morir en la línea de fuego entre los rebeldes y las fuerzas regulares. No por ser periodista): Asesinatos con saña, con odio, con sevicia. ¡Pinches periodistas! ¡Mátenlos! Sólo le andan rascando los huevos al tigre. Y ya van muchos periodistas asesinados. Los matan para taparles la boca. Para que ya no sigan denunciando las atrocidades de los delincuentes, del narco, del anarco, de la política y de los intereses de gobernantes criminales. ¡Pinches periodistas!
Los más recientes agravios:
Juan Mendoza Delgado, director de la página web Escribiendo la Verdad, fue encontrado muerto en las afueras de la ciudad de Xalapa, en Veracruz. Autoridades estatales declararon que la causa oficial de su muerte fue un atropellamiento, aunque su familia asegura tener fotografías donde se puede ver al cadáver amarrado y semidesnudo.
Un día después, el periodista radiofónico Filadelfo Sánchez recibió varios tiros a plena luz del día, cuando salía de estación de radio donde laboraba en Miahuatlán, Oaxaca, lo que le causó la muerte.
Reporteros sin Fronteras, una organización no muy sancta de “defensores” de los derechos de los periodistas, cuenta un total de 80 periodistas asesinados durante la última década en México, además de 17 desaparecidos.
En tan sólo medio año, en México han sido asesinados seis periodistas y se han documentado al menos 227 agresiones contra la prensa, según la contabilidad de la organización Artículo 19 (Article XIX).
Aunque la mayoría de esas agresiones se han registrado en el estado de Guerrero (38) y en el Distrito Federal (33), para la organización defensora de la libertad de expresión, “Veracruz continúa como una de las regiones más peligrosas para la prensa en el mundo”, pues ahí se registraron tres asesinatos de periodistas en lo que va del año –18 desde 2000–.
Las agresiones registradas en los primeros seis meses del año son 99 menos de las registradas en 2014. “En el mismo periodo, el promedio anual de agresiones durante el gobierno de Felipe Calderón era de 182; tan sólo el primer semestre de 2015 supera por 45 agresiones ese promedio anual”, agrega el informe.
Los periodistas asesinados en México, de enero de 2015 a la fecha: Moisés Sánchez, Armando Saldaña y Juan Mendoza, en Veracruz; Abel Bautista y Filadelfo Sánchez, en Oaxaca; y Gerardo Nieto, en Guanajuato. Todos claman venganza al cielo de Peña Nieto.
Y algo muy grave. A las autoridades federales les importa un pito que los periodistas sean agredidos y asesinados. De veras. Les tiene sin cuidado. La mayoría de los asesinatos, por ejemplo, están impunes. Sus autores andan por las calles del país como Quique por su casa.
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