Hace unos días la prensa italiana divulgó fuertes declaraciones del maestro Umberto Eco, filósofo y científico de la comunicación, en torno de las llamadas redes sociales y los internautas que viven en ellas las 25 horas del día, para expresar desde una tesis de semiología, teleología o sicología sexual, hasta un manifiesto político partidista junto a una sarta interminable de estupideces u ofertas que lindan el comercio carnal. En mi tierra serían más directos y dirían “la putería”.
Eco fue muy duro – ni tanto; sólo dijo la verdad – en su juicio; Las redes sociales dan voz a una legión de idiotas. Palabras más palabras menos eso dijo Albert Einsten en la primera mitad del siglo XX cuando nadie soñaba en las app. Obviamente, la sentencia del italiano causó revuelo. Unos estuvieron de acuerdo. Otros montaron en cólera contra el pensador italiano.
Los “intelectuales” de la “comunicación”, molestos porque les dijo que son idiotas pegaron el grito en el cielo, y se rasgaron el saco, la corbata y la camisa, y se les calló el auricular con que llevan tapados sus oídos cotidianamente, por “la ofensa” que el “soberbio” filósofo se atrevió a proferir. (Soberbio fue lo menos que le endilgaron). Pero no repararon en lo afirmado por Albert Einstein: El día en el que la tecnología sobrepasara la interacción humana el mundo sería una generación de idiotas
Muy difícil tratar este tema sin pisar callos o humillar egos. O idiotizar idiotas. Pero por lo que se lee en el trasfondo de las afirmaciones de Eco, y por lo que conocemos de su pensamiento, no le falta razón. Son millones, si no es que miles de millones, los y las personas que usan las redes como un desfogue, huyendo de la soledad, de la depresión, de la amargura, de la frustración, del resentimiento, de la septicemia emocional, o de la hemiplegia cerebral.
El otro día le dije a un alumno que el Face Book, por ejemplo, se asemejaba a un inmenso océano de soledad, donde millones de individuos se aferraban a una tabla de salvación, como los náufragos de una embarcación cuya quilla está a punto de ahogarse para siempre en el fondo del mar. ¿Recuerda las dramáticas escenas de la película Titanic?
Sin embargo, hay otro sector importantísimo de personas que hace uso de las redes, especialmente del Twitter. En ésta, al contrario del Face Book, desaparecen casi del todo las emociones, los lloriqueos y los embelecos de los y las internautas emocionales (algo así como los emos de la Web). Los únicos enfermos de idiotez aguda en esta APP son los miembros de la clase política. Pero estos siempre serán idiotas en cualquier parte. Idiotas abusivos, idiotas ladrones etc…
Eco provocó una avalancha de inconformidades. Diríase que muchos idiotas se sintieron ofendidos de que el profesor se expresara tan burdamente de ellos, aunque ni los tomó en cuenta. Qué es eso de que las redes sociales dan voz a una legión de idiotas. Pues lamentablemente el profesor tiene toda la razón, aunque lo tachen de soberbio otros idiotas.
Sin embargo, amigos, amigas, los vernáculos “filósofos de la comunicación” tendrían que revestirse de un poco de humildad para reflexionar en las afirmaciones de Eco.
Indudablemente que las redes se acercan a los verdaderos medios de comunicación, que permiten la interacción inmediata, presentísima, de los actores de la comunicación, el emisor-el medio o trasmisor-el receptor y viceversa. Una comunicación casi perfecta. De esto no hay duda. El problema es cuando un emisor no tiene ni idea de cómo se usa un trasmisor y le mete mucho ruido a su mensaje, de tal modo que éste llega al receptor hecho bolas, ininteligible. Y esto es lo que ocurre en el Face Book, donde, como en el juego de Juan Pirulero, cada quien atiende su juego y nadie escucha a nadie.
Hasta hace algunos años, antes del auge de las redes, se hablaba de la prensa, la radio, la televisión, el cine, el teatro como medios de comunicación social. Sin embargo, no lo eran ni lo son porque en ellos no se dan las interacciones inmediatas. No hay realmente un proceso de comunicación en ellos. Y no sólo no hay comunicación sino que son verdaderos medios de manipulación y dominación de la conciencia del individuo, enajenado por la ideología. Por una especie de diabólica Gestalt.
Pero las nuevas técnicas de la comunicación – app, les llaman los expertos – le permiten a los seres humanos acortar distancias y disipar tiempos. La posibilidad de comunicación se acerca mucho a lo perfecto, a pesar de que no es física. Aún no se puede tocar al receptor, aunque si se puede contemplar su imagen en tiempo real. Verlo, oírlo, hablarle, escucharlo, sonreírle, escribirle, como en un intercambio genial de maravillosos hologramas.
Pero la bondad del medio se desbarata en la práctica cotidiana. Estos medios se usan, indiscriminadamente, para el compartimiento de idioteces supinas. Mensajes no sólo totalmente intrascendentes, sino hasta molestos. Hombres y mujeres que únicamente se dedican al flirteo o al acoso sexual. Y esto no es de escandalizarse, pero denota subdesarrollo emocional, mental y espiritual. Se usa para la comunicación de todo lo idiota, como vender la candidatura de un prohombre de la delincuencia organizada o la de cuello blanco.
El twitter es un medio más frío. La mayoría de los participantes son medios de información o propaganda, o periodistas o políticos individuales. Esta aplicación no se presta abiertamente al chacoteo del face book, al que intencionadamente se refiere Eco, quien detesta tanto el manipuleo que de los medios hacen los poderosos como el que realizan los internautas particulares, representantes de los poderosos, o de la estupidez de la política, y la delincuencia, especialmente el padroteo de la prostitución o la pornografía infantil.
Es comprensible la conclusión del filósofo. Parte de una experiencia dolorosa en el análisis de medios como la televisión. En los años maravillosos, dimos por llamarle a la tele la caja idiota y eso que su programación no era tan sutil o abiertamente manipuladora como lo es en la actualidad. La conclusión dolorosa es que la televisión se convirtió en un medio para idiotas, como la educación pública, como la religión, como la política, como el matrimonio. Nadie podrá negar que estas “instituciones” sean idiotas para idiotas, como las elecciones para elegir el tipo de esclavitud que más “agrade”, partidista o independiente.
A propósito del matrimonio, el otro día participé en una boda en un pueblo del istmo de Tehuantepec, esplendorosa fiesta que duró casi una semana. “Y hay veces que la fiesta dura dos semanas, o hasta un mes”, me dijo un comensal para agregar: “el noviazgo dura dos años; la fiesta de la boda dura un mes, y el matrimonio termina a los dos meses del casorio”. Dígame si el matrimonio no es para idiotas.
No se enojen, pues, los teóricos del pueblo, como el tonto de la tele, porque Humberto Eco los llama idiotas. Todos somos idiotas. Sólo que hay unos más idiotas que otros. No olviden que las redes son el único espacio de libertad del que gozamos los idiotas para expresar nuestras idioteces.
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