El otro día me preguntaba que en qué momento los mexicanos nos bajamos del mundo.
Lo peor de lo peor de apoderó de nuestra vida.
Los violentos, los sanguinarios, los ladrones, los violadores de mujeres y niños (muchos, ministros religiosos), los feminicidas, los secuestradores, los torturadores, los mentirosos, los demagogos, los políticos corruptos (de la misma ralea de cualquier criminal) sentaron sus reales en la casa de los mexicanos.
Lo peor es que lo peor de lo peor tomó las riendas de la política, de la economía, de la educación, de la justicia. Nos volvimos rehenes de los comerciantes de la marihuana, de la cocaína, de los precursores químicos y de los criminales de la política. De los comerciantes de la corrupción, el influyentismo, el nepotismo, el tráfico de influencias, el conflicto de intereses.
Llegamos hasta la ignominia de presenciar actos irracionales como las miles de desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales, cuyo paroxismo han sido Cocula y Tlatlaya.
Los presuntos criminales de Tlatlaya, concluyó la comisión de diputados que dio seguimiento al caso, fueron asesinados, fusilados, masacrados por soldados del ejército. A cuentas de qué, las fuerzas de seguridad se instituyen en dueñas de vidas y haciendas, pasándose por el arco del triunfo los derechos humanos. Y eso que en el país ha habido grandes avances en ese sentido, presumidos por el propio presidente y por el ombudsman nacional.
Los estudiantes normalistas de la Escuela Normal de Ayotzinapa, cuna de guerrilleros subversivos, que quieren tirar al gobierno. Son comunistas.
En estas infortunadas condiciones, llegaron los tiempos de renovar los mejores negocios de la estructura político empresarial: gubernaturas, presidencias municipales, delegaciones políticas, congresos locales, asamblea legislativa y Cámara de Diputados. Y se desató el demonio de la mediática, en un ambiente de mediocridad republicana. De agandalle carrancista.
La lucha es por conservar el hueso, las prebendas, las prerrogativas, los financiamientos. La buena vida, pues, que proporciona el sistema a todo político. La política como el negocio más fácil de la vida. Infinitamente más fácil que el negocio de la prostitución, que conlleva riesgos enormes para la seguridad personal, familiar, y la salud de quienes la ejercen.
Dese nada más una vuelta por la Calzada de Tlalpan o el mercado de la Merced, ambos en la ciudad de México, para que vea y observe a las personas dedicadas a lo que elegantemente se llama sexoservicio, y preferirá lanzar su candidatura para un cargo de “elección” popular. Difícilísima, la vida que llevan jovencitas de cuando mucho 30 años. Muchas, muchas jovencitas.
La vida de un político, en cambio, es maravillosa. Atascada de placeres mundanos. La única condición, hablando de legisladores, es levantar el dedo quién sabe para qué y por qué. Con todo, se hace el teatro.
Y se celebran las “elecciones”. Todo el mundo se hace tonto. Todo el mundo sabe que son un cuento. Pero no todo el mundo va a las urnas porque no cree en ellas. Curiosos los mexicanos. No creen en sus políticos pero los toleran. Les encanta, les fascina la mala vida.
Y eso que muchos ciudadanos, enfadados con la vida que llevamos en este maltratado universo mexicano – muy difícil, la vida del mexicano de los años actuales -, no irán a las urnas a votar por nadie. Muchos dicen que todos los políticos son coyotes de la misma loma. Y no dejan de tener razón. Digamos que un 73 por ciento – bueno, un 70 por ciento – mandará al carajo la obligación de ir a votar. Una manifestación de abulia, desinterés, protesta. La misma reflexión de siempre: para que voy a votar si siempre hacen chanchullo. Y más ahora que está de nuevo el PRI en la Silla y en el Consejo del INE y en el lugar de honor del tribunal electoral, todos controlados por el PRI.
Pero lo mismo sería si estuviesen controlados por el PAN o por el PRD. ¡Imagine si lo estuvieran por el Vede, un sindicato mafioso de depredadores! Me quedo con el PRI.
Pero bueno. Lo mejor de lo mejor es callar ya y dejar que la vida marche, como el agua del rio. Y ojalá tuviéramos, los mexicanos, otra oportunidad de volver a subirnos al mundo. Lo veo difícil. Pero no es imposible.